sábado, 2 de agosto de 2008

El SS-K2 o la vida misma...


El rigor estadístico de la FIFA impone que fueron 107.403 los delirantes espectadores que el domingo 21 de junio de 1970 atiborraron el aforo —hasta entonces inagotable— del Estadio Azteca para celebrar como propia la tercera conquista del Campeonato Mundial de Fútbol por la inigualable Selección de Brasil. También con el orgullo de haber sido espléndidos anfitriones, aquella explosión de locura feliz era apenas un botón de muestra, pues, como una pandemia, la fiesta trascendió desde Chiapas hasta California, Arizona y Texas, es decir, desbordó el mapa de México.
Aquel domingo histórico, cuando en plena vuelta olímpica El Rey Pelé era llevado en andas e investido ciudadano mexicano gracias apenas a un sombrero de charro que un espontáneo le caló, Benito Valdez, de 12 años, miembro del privilegiado séquito de recogebolas de la final ítalo-brasileña, alcanzó a experimentar la muerte al quedar engarzado entre las aspas de la turba que asaltaba el campo.

A los 14, este benjamín de una familia de pepenadores —voz nahua que en México designa el oficio del rebusque entre la basura— volvería a forcejear con la parca tras caer de un vagón de carga atestado de buscadores del sueño americano en el recorrido nocturno de Agua Prieta (Sonora) a Pirteville (Arizona).

Sin padres —que en el mismo empeño habían naufragado en el Río Bravo— y ahora con la pierna derecha mutilada, Benito Valdez cojeó pero llegó a la tierra prometida a sus seis hermanos, que a despecho suyo eran más proclives a la resignación que a la temeridad.

Ya en el lado norte de la brecha entre ilusión y realidad por explorar, el muchacho fue escalando en el nivel de supervivencia. De todero, repartidor de diarios, empacador, cajero de tienda minorista, matarife, auxiliar de plomería y pizzero, entre otros oficios, ascendió hasta la supervisión de un gran casino en Henderson (Nevada), donde conocería los gajes de la codicia y de la lujuria. Acostumbrado en aquel universo de espejos y de espejismos a ver rodar fortunas, un buen día Valdez amaneció millonario. Una apuesta de pocos dólares lo hacía acreedor al premio de la Lotto.
Con el mundo virtualmente a su alcance, Valdez no sólo consumaría un aplazado matrimonio, sino que, en lo posible, se daría a la tarea de reivindicar su pasado de privaciones y sus utopías más relevantes, como las de ser centro delantero de un club profesional. Así como desde los cinco años militó en las huestes de los pepenadores, y treinta después era un peso pesado entre los inversionistas de bolsa, ya no era tan casual el cartelito colgado en una pared de su estudio con vista al mar en Boca Ratón (Florida): Ahora sólo tengo tiempo para vivir. Entonces, adquirió el Super Soccer K2. Se trataba de un juego de computadora irrepetible. Vía internet, sólo los magnates podían jugar el futbolístico pasatiempo, cuya fantasía era la realidad.

Los internautas del común podían acceder al invento en determinados horarios, pero apenas en calidad de observadores o para formular preguntas. Por supuesto, aquel juego no se basaba en las convencionales figuritas animadas ni en parámetros por el estilo. Para hacerse a una idea más aproximada, vale decir que al rompe de los sentidos aquella creación era de sobra y en todo aspecto impredeciblemente mucho más natural —o naturalmente mucho más impredecible— y más verosímil que cualquier otro proyecto lúdico de su género.

Desde luego, en términos de realismo de imagen el SS-K2 era con creces más fiel y más verídico que un espejo, el cual, de hecho, es apenas una simple referencia pasiva, superficial y sordomuda, que, para colmo, en condiciones de cero iluminación no presta ningún servicio. Subordinado sin remedio a la dirección y a la intensidad de la luz, a la localización del sujeto y además a su propia posición, naturaleza y tamaño, el espejo no sólo se debe a las apariencias, sino que las refleja de manera exactamente inversa a la real. De antemano, un espejo sin un testigo no es más que un simple vidrio cuyo primitivo mérito radica en las propiedades reflectivas del barniz de cromo.
Entre tantas y tan excitantes propiedades, el SS-K2 tenía de sobrecogedor desde la resolución misma de pantalla, pasando por el realismo de los ambientes, la profundidad de campo, la prolijidad en las proporciones, las formas, las texturas, el volumen, la densidad y el movimiento, los matices del color, la perfección de la luz y sus niveles de degradación, etc., hasta la enorme fidelidad del sonido, lo cual sumado a las bondades sensoriales que brindaba aquella tecnología era como una suerte de paraíso para la conciencia.

Ya en un ámbito más bien enciclopédico —concebido precisamente para satisfacer incluso las dudas y las verificaciones más morbosas— una de las maneras fehacientes de poner a prueba la infalible configuración de cada elemento en la pantalla del SS-K2 consistía en la opción técnica de ampliar quinientas mil o mil millones de veces la imagen de un objetivo escogido al azar, y explorarlo hasta quedar demostrado científicamente que éste respondía a su real estructura molecular.
Mediante este procedimiento —un clic tras otro clic— verbi gracia, un cabello o una pestaña de cualquiera de los miles de espectadores o de los futbolistas cibernéticos podía observarse al detalle microscópico sobre la forma de su filamento, la fina conformación externa de la correspondiente epidermis, con sus respectivos niveles de escleroproteína o queratina, su propio color e irrepetible constitución del folículo piloso, etc. Así, de un plumazo —en verdad, de un clic— el SS-K2 hacía alarde de una aplastante superioridad sobre la tecnología de punta más ambiciosa y más adelantada.

Del laberinto de posibilidades planteado dentro de la estructura del SS-K2, los aspectos que aquí pretenden realzarse corresponden apenas a la meticulosa configuración anatómica de protagonistas y espectadores, pero también al profundo respeto por la arquitectura —incluso por la ingeniería, la topografía, etc., y por todas las disciplinas afines al urbanismo, a la geografía, así como a la Historia, para no abundar ahora en el universo de la realidad— cuando se trataba de ahondar en los incontables estadios reales, incluidos sus entornos verdaderos, todos ellos incorporados al sistema, y a los cuales podía vérseles desde perspectivas inexploradas o inimaginables.

No menos especial atención merecen factores tales como la cuidadosa articulación y la dinámica de movimiento de futbolistas, público y hasta de la policía presente en el espectáculo, así como las inspiraciones coreográficas en las tribunas, tanto como el respectivo ordenamiento táctico de los antagonistas en escena, que necesariamente variaba según la circunstancia y el rival, etc. Hasta el infinito cibernético, sólo era cuestión de disfrutar de las prerrogativas del SS-K2.
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Verdadero embrujo causaba este pasatiempo al reproducir al dedillo los fenómenos naturales y las situaciones de rutina, de inminencia o de casualidad: el impacto del viento al arrebatarle la gorra a una muchacha o al rasgar una bandera, la formación de las rodajas concéntricas que la llovizna produce sobre un charco, el sofoco de un hincha por efecto del calor, las mismísimas lesiones oculares que al propio usuario del SS-K2 podía causarle la incandescencia del Sol, la languidez en la evolución de las nubes, la ocasional soledad de un globo en las alturas, las campanadas de una torre, el paulatino desplome de la tarde con su renovable mosaico de siluetas, los tenues cambios de posición de la Luna, las diversas manifestaciones del otoño según el país, o, como ocurrió alguna vez en la cancha virtual del Standard de Lieja: la súbita presencia de un gato sobre el tablero electrónico.

Estos e incontables pormenores, especificidades y generalidades, al igual que asuntos ocasionales, ordinarios o fortuitos, eran enriquecidos por el Super Soccer K2 con un tratamiento equivalente a la más suntosa producción de televisión jamás vista.

Sin embargo, lo verdaderamente alucinante del asunto estribaba en la euridición y la creatividad de los padres japoneses del SS-K2 al infundirle a su producto desde los más comunes y los más simples hasta los más complejos rasgos del comportamiento individual y colectivo de los hombres cuando estos viven y mueren por la causa del gol.

Ante la imposibilidad de definir mejor la naturaleza y la forma de interacción de todos y cada uno de estos seres con su entorno —que, como en la vida real, estaban signados por un destino propio— habrá que conformarse con decir que, en verdad, pertenecían a un mundo virtualmente virtual.

Así, por ejemplo, aunque en materia de estadios la gran mayoría de escenarios ofrecía el servicio de ambulancia, regularmente en el Super Soccer K2 aparecía un vehículo de tal naturaleza, de modelo, marca, matrícula y equipamiento rigurosamente únicos, con su casi siempre diligente personal médico y paramédico. La secuencia en la pantalla bien podía registrar las más diversas reacciones del público y de ambos bancos cuando, valga la suposición, un jugador se retorcía en el suelo, agredía a un árbitro o, simplemente, cuando erraba un penalty.
Detalle bastante singular del programa consistía en que no necesariamente todas las víctimas ni todos los victimarios del juego brusco reaccionaban siempre de la misma manera. Al tiempo que desde diversos ángulos de la escena se repetía la jugada en cuestión, el respectivo diagnóstico aparecía en un titilante y sonoro aviso a un costado del monitor: Luis Figo, No. 13, Club Internazionale de Milán (Italia). Inflamación severa de la articulación interfalángica del pie izquierdo. Incapacidad: 3 juegos. En el supuesto caso del artillero portugués, su estampa y naturaleza respondían, obviamente, a sus verdaderos patrones genéticos y futbolísticos, incluidos, claro está, sus altibajos. La convalecencia de un jugador podía tomar semanas o meses de tiempo real en que permanecía bloqueado en la memoria del SS-K2.

En el orden disciplinario, desde una tarjeta amarilla hasta la suspensión de una plaza, el procedimiento informático daba cuenta de las penalizaciones del caso, aunque muchas de ellas —ya por laxitud, ya por sobredosis de rigor— no siempre eran del todo proporcionales a la naturaleza de las conductas punibles. Este margen de subjetividad reflejaba, precisamente, las veleidades de la condición humana a la hora de impartir justicia.

Ni se diga cuando nevaba o cuando llovía, y sobre todo cuando el escenario no contaba con adecuados sistemas de drenaje, como en Riga (Letonia) o en Maldonado (Uruguay), donde el campo podía llegar a convertirse en un verdadero aguazal. En tales condiciones, los actores de la contienda resbalaban y forcejeaban con mayor dificultad y vehemencia, algunos se despeinaban, unos cuantos maldecían, sus uniformes se enlodaban de manera paulatina, etc., todo ello casi siempre en desmedro del espectáculo.

No obstante el precepto natural de la victoria, de cuando en cuando ciertos protagonistas caían en estados extremos de ansiedad, apatía, abatimiento, agresividad... A este último propósito, a veces el clima escénico era susceptible de llegar a niveles tales de exacerbación, que el árbitro --en el SS-K2 había silbatos de todos los talantes, etnias y nacionalidaes-- podía inclusive suspender un partido por falta de garantías. Una decisión en tal sentido bloqueaba automáticamente el programa.
Por cuenta de tan arrolladora naturalidad del SS-K2, no faltaban los equipos, por lo general suramericanos, que se empeñaban en matar tiempo, en discutir cada fallo arbitral, en refugiarse en su propia zona o en dedicarse a despachar sistemáticamente la pelota hacia las tribunas, además de otros artificios para asegurar un empate, para evitar una goleada o apenas para amañarse en una ventaja irrisoria.

Tan ceñido a lo previsible como a lo fortuito de la vida real era el SS-K2, que en alguna ocasión, al cabo de la finalísima virtual de la Copa Europea de Clubes Campeones, Ajax vs. Liverpool en Amsterdam, hubo graves disturbios y dos espectadores murieron en pleno estadio. Las víctimas fatales —ambas holandesas— resultaron ser un mozalbete embestido con arma blanca y un adulto tiroteado con una pistola Mäuser de 6.35 milímetros, de acuerdo con la información proporcionada por el sistema.

Con la computadora a punto del colapso, los trágicos instantes fueron repetidos una y otra vez en cámara lenta y desde varios planos de la escena. Unos veinte minutos después, los rostros del par de agresores y sus prontuarios aparecían de frente y de perfil en un recuadro titilante de la pantalla, mientras otra ventana del monitor mostraba las armas homicidas. Según la computadora, los asesinos eran dos de los hooligans más buscados inclusive por creadores y por ingenieros cibernéticos de por lo menos tres versiones anteriores del Super Soccer K2.

Con tamaño antecedente, durante los tres años siguientes al episodio la opción return game o de la revancha les fue imposible de acceder a los usuarios del videojuego. A este propósito, una de las grandes jaquecas de la casa productora del SS-K2 era la proliferación del pandillismo, especialmente en los links relacionados con las plazas de Norte, Centro y Suramérica. En forma periódica, los expertos se veían en verdaderos apuros para sortear el fenómeno, mediante la creación herramientas más eficaces en materia de antivirus, filtros y otros mecanismos para enfrentar la barbarie en sus más diversas expresiones.

En otro de los tantos ítems, y como para no dejar cabos sueltos, después de cada partido había también pruebas antidopaje para dos jugadores por bando, que eran escogidos al antojo por los usuarios enfrentados en el SS-K2. Así como un resultado positivo en la muestra implicaba la inhabilitación del jugador comprometido, también era potestad del usuario afectado apelar al recurso de la contramuestra mediante el lleno y sustentación de una plantilla en la web, y esperar el fallo hasta por quince días. El control antidopaje se había hecho imperativo ante la escalada de crackers —versión perversa de los hackers, aficionados a las computadoras que intentan superar nuevos retos— que trabajaban a sueldo de los magnates de este pasatiempo, para obtener ventajas competitivas a través de ciertos futbolistas, e inclusive de algunos árbitros de Suramérica y de África.
El SS-K2 programaba conferencias de prensa con traducción simultánea. A cargo de los usuarios y opcionalmente de quienes estuvieran contectados por internet, las preguntas eran por completo al azar y podían formularse por reconocimiento de voz o mediante texto. Los indagados contestaban sin repetir jamás una respuesta, ni porque adrede se les planteara un mismo interrogante a una misma situación. Algunos alardeaban, otros prometían resarcir a su hinchada después de una derrota, había monosílabos, titubeos, humoradas y hasta procacidades.

Los actores del SS-K2, que desde luego tenían su propio ADN —comprobable con un clic— sonreían, lloraban, bostezaban, tosían, estornudaban. Por supuesto, eran susceptibles de exasperarse o de arrepentirse o, al cabo de los 90 minutos, de intercambiar la camiseta con el adversario.

Así mismo, el SS-K2 no eximía a sus protagonistas de los efectos de la edad, según el paso de los años reales quedaba en evidencia a través del encanecimiento o de la progresiva pérdida de cabello, la aparición de líneas de expresión, de unos kilos de más o simplemente del declive en su desempeño deportivo. Un estrepitoso aviso a un costado del monitor, sustentado con el correspondiente récord, anunciaba el adiós de un jugador o de un técnico. Redunda decir que éstos desaparecían de la memoria del programa.

Propio de las ilimitadas sutilezas del SS-K2 es bien recordado el episodio sobre el estallido de un alboroto sin antecedentes en casa de los Valdez después del pavo en una noche de Acción de Gracias. Semejante escandalera, que no tardaría en contagiar a todo el vecindario, fue motivada por los jugadores de la base de datos del Club Panathinaikos, de Atenas.
Enfundados en sus trajes de calentamiento, los futbolistas del trébol en el escudo vociferaban y agitaban toda suerte de pancartas en el camerino, bajo la consigna de no salir al campo para enfrentar al AEK por el título de la primera división de Grecia. Ante la incredulidad de los testigos de excepción, incluida la misma policía que había llegado atraída por el jaleo en aquel exclusivo sector de Boca Ratón, los móviles del conflicto, según transcribió el SS-K2, eran unos premios que las directivas del equipo ateniense adeudaban al plantel.

Agotadas las prerrogativas del copioso menú que ofrecía tan asombroso videojuego, via internet la familia Valdez recurrió de urgencia al proveedor. Sin embargo, allí los más diestros asesores, presa de un estado de ambivalencia que oscilaba entre el bochorno y el orgullo, no pegaron los párpados, y al amanecer se declararon humana y técnicamente incapaces de resolver el problema.

Tres semanas más tarde, y ante casi un centenar de fenéticos vecinos de Boca Ratón hacinados frente a una pantalla gigante dispuesta de manera preeminente en el enorme patio trasero de los Valdez, el juego pudo llevarse a cabo. En efecto, desde la víspera y bajo los acordes de una música griega, la computadora venía reportando que, "tras arduas negociaciones", por fin los dirigentes del Panathinaikos habían logrado saldar tan embarazosa deuda.

viernes, 1 de agosto de 2008

Golden, con su música para siempre

Cuarenta y tantos años después de haber sido compuesta para el público juvenil de los años 60, cuando se convirtió en un himno generacional, la canción "Boca de Chicle", con la que Oscar Golden alcanzó la cima de la fama, se escuchó en la expresión musicalmente más insólita durante la multitudinaria despedida al cantante en Bogotá el pasado 30 de julio: En la versión lírica, a cargo de Víctor Hugo Ayala.

En medio del fervor popular que acompañó los funerales del ícono musical de la época, este solo hecho bastaría para dimensionar la trascendencia alcanzada por el intérprete de éste y de otros éxitos contenidos en 17 volúmenes de larga duración, como "Zapatos Pom Pom", "Dime, Dios", "Por qué Te Vas", "Marina" y "El Cacique y la Cautiva", que le valieron una colección de discos de oro y múltiples reconocimientos internacionales.

¿Qué más pertinente modo y justo motivo para decirle adiós al hombre que contagió de alegría y ritmo a Colombia y sus alrededores, que entonando sus canciones, como ahora lo hizo su audiencia antes, durante y después del funeral?

La evocación de toda una época se avino no sólo con su repertorio, sino, inclusive, con llamativas minifaldas, necesariamente negras para la ocasión, de unas cuantas de aquellas fans que lo siguieron, lo suspiraron y que ahora lo despedían, como Marina Grisales, hermana de la diva Amparo, y por entonces una de las integrantes del grupo coreográfico de Las Vitaminas, cuyas minúsculas prendas y contoneos desafiaron por aquellos tiempos de rigor y austeridad en el vestir de la generación que antecedía a la Nueva Ola.

El sentido adios a Óscar Golden convocó masivamente a todos los matices y actividades del mundo del espectáculo: Empresarios, presentadores de televisión, disc-jockeys, camarógrafos, locutores, periodistas, actores, humoristas, actrices, publicistas, microfonistas, ingenieros de sonido, cantantes de antes y de ahora, pero sobre todo a una multitud impresionante, cuya devoción y entrega al acto de despedida le robó la trascendencia a otros duelos y a otros muertos del día en los alrededores de la Capìlla de Cristo Rey. A juzgar por la desbordada manifestación popular, entre los más de cien ciudadanos que debieron expirar en esta urbe de casi nueve millones de almas, el único fallecido el miércoles 28 de julio pareció haber sido el intérprete de "Boca de Chicle".

Hecho previsible fue cómo, sin tiempo suficiente para preparar sus libretos o para documentarse sobre los revolucionarios alcances culturales de los años 60, muchos de los jóvenes reporteros enviados por las cadenas de radio y de la televisión para la cobertura en vivo de la ceremonia, se vieron a gatas para identificar a los muchos protagonistas de aquellos años, presentes en el funeral.

Dolientes de la segunda e inclusive ya de la tercera edad, que durante casi dos días se apostaron en la sala de velación y en los alrededores de la iglesia de Cristo Rey, al norte de Bogotá, se constituyeron en la mejor fuente de información de los reporteros para poder identificar y entrevistar a las estrellas del ayer, ya en el ámbito propiamente musical como del teatro, del cine, la TV o la radio.

Como si se tratara de un auténtico milagro, muchos de los personajes que el mundo de entonces creía desaparecidos, fueron saliendo de la penumbra rumbo al féretro, ante la sorpresa y la incredulidad de sus seguidores de otrora, ansiosos por obtener un autógrafo o una fotografía para la posterioridad. Entre aquellos ilustres hoy desconocidos, se contaron actores como Hugo Pérez, de 88 años y Fabio Camero, de 80, y el legendario animador de concursos Julio E. Sánchez Vanegas.

Rostros y protagonistas de carreras famosas, confundidos entre la multitud, fueron reconocibles apenas a fuerza de escucharse entre ellos mismos sus efusivos saludos de reencuentro, que hacían de viva voz, como los cantantes Víctor Hugo Ayala, Álex, Pablus Gallinazus —el autor de "Boca de Chicle"—, Harold, Luis Gabriel, Jesús David Quintana, Cristopher, Juan Nicolás Estela, el teclista Pacho Zapata y muchos otros que tienen su nicho propio en la historia musical y artística del país.

Lugar de preeminencia correspondió a Esperanza Acevedo, la muy popular Vicky, quien sin haber sido su esposa, acompañó a Golden hasta el último suspiro. Con desvelo de madre, hermana y mejor amiga, la cantautora e intérprete de éxitos como "Llorando Estoy" frenteó el drama final del ídolo con una abnegación y solidaridad reconocidos en la actitud del público presente, que no cesó de aclamarla y de requerirle autógrafos. Suerte ésta que en algo debió mitigar el duelo de "la marida", como le llamó siempre el ídolo desaparecido. Papel también relevante desempeñó el cantante Billy Pontoni, su amigo y partner de giras y conciertos.

El adjetivo dulce podría sonar algo frívolo o trivial para describir la voz melíflua de Isadora, pero en verdad más que dulce y sobrecogedora resultó su interpretación en los albores de la homilía, en la que terció el rumor de trueno de Víctor Hugo Ayala al ejecutar poco después el "Ave María". Fausto se hizo sentir con la "Oda de la Alegría", que acabó de conmover a los ya estupefactos feligreses.

A la salida de la capilla, el canto general reafirmó su homenaje con "El Cacique y la Cautiva". Delirantes, algunos espontáneos levantaron fotos, afiches y hasta el primer LP del ídolo ausente. Otros, más acuciosos, hicieron llover una tempestad de flashes sobre la apretada calle de honor hacia la plazoleta, donde lo aguardaba un imponente, extralargo. silencioso y exclusivo Mercedes Benz color vino tinto, diseñado para andar a 20 KPH y cuyo inevitable defecto de fábrica está en su caja de velocidades, pues carece —contraria o precisamente— de aquel mecanismo que sirve para poner en marcha la memoria de los fans: La reversa...