miércoles, 19 de diciembre de 2007

De aire también se vive

Calle abajo de la 59 con la Carrera Octava en Bogotá hay mucho más que una luz de esperanza para decenas de náufragos de la noche. Inclusive, la mejor publicidad para aquel refugio sin tarjetas de presentación ni avisos de neón y al que se llega sólo por la referencia de un bombillo, es el eficiente desvelo de Mateo Cárdenas y Alberto García, quienes por cierto viven del aire.

Sin duda, cuando es bien usual comparar el aire con la nada o la nada con el aire para declarar la inexistencia de algo, nada hay más estrambótico que poder subsistir a punta de un poco aire.

El insomnio casi filantrópico de Cárdenas y García está comprimido en ocho metros cuadrados bajo la media luz. Inclusive, el origen del sitio se explica por uno de esos proverbiales descuidos del urbanismo, especialmente en antaño, cuando algún constructor se antojó en agregarle cuatro paredes irrisorias a un predio, que hoy son verdadero estorbo para los peatones y parte del espectáculo de la improvisación. Aquel recoveco sobrevive al buldozer a raíz de la crisis económica desatada en 1996 y tras la cual se frenó un proyecto remodelador en la zona. Para Cárdenas y García, en este sentido hasta la recesión obró un milagro.

Una parodia de sanitario visible a través de un terroso bastidor de trapo con más flecos que tejido, más un exhausto reverbero eléctrico, una olla de aluminio corrugado por el uso y el abuso y un par de pocillos de café a prueba de maltratos, constituyen la dotación personal en el lugar.

Aquella pobreza a cuatro manos no es óbice para que día y noche frente al número 7-97 se detengan apremiados y ansiosos y se marchen complacidos, desde los ocupantes de Mercedes Benz hasta las bicicletas. También motociclistas y patrulleros de la Policía encuentran en Cárdenas y García, o en sus reemplazos, ese segundo aire indispensable para proseguir la faena.

Un cenizo can que es la apología de una placa de rayos X y un gato con más de siete vidas ocupan el vano de la puerta, que carece de hoja porque responde a la ley de permanecer abierta 24 horas, incluso en la noche de San Silvestre. Talvez más por la anorexia que por la mansedumbre, el perro ofrece más compañía que vigilancia. En cambio, el segundo lleva todo el peso del asunto: Sin aquel gato hidráulico sería imposible el servicio de montallantas: Ese rincón del barrio que desdeñan vecinos y caminantes, pero que otros aprecian sin medida, sobre todo cuando la ciudad duerme y cuando el concepto abstracto del aire puede ser cosa bien distinta.

No hay comentarios: