miércoles, 19 de diciembre de 2007

La vida en azul y amarillo

—Esto que ahora quiero decirte no es para que te pongás más irritado ni más nervioso de lo que andás, pero...
—¿Irritado yo? ¿Y qué te hace pensar eso, mujer?
—¡Es exactamente lo mismo que si me preguntaras qué me hace pensar que hoy es viernes, por Dios! Y sí, no sólo andás de malas pulgas, sino que te veo muy nervioso.
—¿Y a vos qué te hace pensar que estoy "muy nervioso", ah?
—Muy nervioso, no. ¡Nerviosísimo! ¡Mirá nomás cómo volviste a derramar el mate sobre el mantel recién lavado! ¡Mirá, mirá! ¡Y miráte el pulso! ¡Se te derrama un banano!
—Y bueno, ¿pero quién en la vida está exento de algo tan insignificante? Decime, ¿quién no ha derramado algo en la mesa alguna vez? ¿Vos, por casualidad?
—Mirá que hoy quiero sincerarme con vos.
—¿Y por qué justamente hoy viernes querrías sincertarte conmigo? A ver... Y a esta hora.
—¡Hombre!, porque hace tiempo hay algo tuyo muy delicado que me desvela.
—¡Claro, vos y tus desvelos! ¡Ahora te van a desvelar unas gotas de mate sobre el mantel! Ahora, si tanto te desvelan unas gotas, entonces tomáte unas de valeriana. ¿Querés? ¡Qué fastidio con vos!
—¡No es por fastidiar, che!
—Dirás que no son ganas de fastidiar, pero fastidiás como una ampolla en el trasero de un camionero. ¡Quién, vieja, pero quién va a estar a gusto cuando su mujer anda reclamando por algo tan intrascendente como unas gotas de mate sobre el mantel! Son ya quince años en las mismas.
—¿Quince años apenas? ¡Quince que parecen un secuestro de las Farc!
—¿Qué queja tenés ahora, aparte del fastuoso mantel?
—¿Quejas? Pero, ¿qué estás diciendo, hombre? ¡Pues, todas las quejas del mundo!
—A ver, ¡qué otra cosa vas a reprocharme, si como marido siempre ando aquí, como un perrito fiel a tus caprichos!
—¡Y no es eso, querido! Ya que decís "marido", mirá, por ejemplo, que ni toda la fidelidad que me habés jurado, ni la fábula ésa de los deberes conyugales, ni la puntualidad en la mesada diaria resuelven necesariamente todos los problemas de pareja. ¿Sabés?
—¡Tenés el síndrome de la ninfómana: Nada de apetece, nada! Pero, según vos, siempre habrá razones de sobra para pasarme cuentas de cobro! ¿Sabés a conciencia lo que estás diciendo? Hoy ha sido por el mate que se salió de la matera.

—¡Oh, sí, el mate se salió solito! ¡Quién lo creyera, pobrecito!
—Y mañana el reclamo será por el jugo de naranja, por el café, y pasado mañana por la chocolatada...
—¡Oh, sí, claro!, y tras pasado mañana será por el té, por el yogur, por la sopa, por el vaso de agua...! ¡Sí, sí, tan incomprendido!
—Mujer: ¿Qué más razones vas a tener en lo sucesivo para hacerme la vida imposible? Decime una. Pero una que de veras justifique eso que llamás "desvelos". ¡Una! Así, aunque sea chiquitita... Sí, chiquitita y todo, pero justa. ¿Estamos?
—Lo chiquitito, lo mediano y hasta lo grande siempre te lo he pasado. Ahora no me vas a venir con cuentos raros, viejo. Cosa bien distinta es que te acostumbraste. Y sí. Para que sepás, hay otras razones también muy importantes que determinan la fatalidad o el buen destino de un matrimonio.
—¡Vaya, vaya!
—¡Ah, sí, "¡vaya, vaya!", claro!. La respuesta fácil. Lo cómodo. Y es porque para vos el mundo es un balón. ¡Eso! Una pelota que va y que viene. Así de simple. Y en eso se te fueron los años. Como si la vida fuera un partido de fútbol.
—Bueno, querida, no será como pretendés decirlo, con esa sorna que te gastás, pero algo sí tiene. En algo se parece.
—¡Che, sí, por supuesto! Que tiene ganadores y perdedores, por ejemplo. Ese es tu discurso de siempre. Y con eso tenés de sobra. Así naciste y así te vas a morir. Sólo que ahora sí andás de mal en peor. Entonces, ¡qué más da proponer nada!
—¿Ah, sí? ¿Y ahora qué proponés, mujer? ¿La final de Boca-River en el patio de la casa para tu próximo cumpleaños?
—¡No te salgás por la tangente!, ¿querés?
—¿Sí? ¿Y de remate no te apetecerá un buen asado?
—De veras que no...
—¿De veras? ¿Y entonces cuáles son esas razones? ¡Dale, decilas! ¡Decí una!
—¿Una no más, che?
—¡Sí, una! ¡Unita, sí, una razón chiquitita!
—¡Unita, sí, pero bien mortificante!
—¿Por ejemplo?
—¡Por ejemplo, esa cara!
—¿Esta cara, vieja?
—¡Sí, exactamente, esa! ¿Por qué insistís en poner esa cara, ah?
—¡Sencillamente, porque esa cara es la cara de siempre, mujer!
—¿Esa, la de siempre? ¿Estás tan seguro?
—¡Desde luego, querida, es la mismísima cara por la que hace quince años te saltaba el corazón cuando reconocías tu amor a primera vista!, ¿no?
—¡Ajá, esa de los últimos tiempos es, entonces, tu cara de siempre!
—Sí, vieja, ¿y a qué viene el reproche contra mi cara?
—¡Viene justamente a que hace ya largo tiempo parecés estar a dieta contra el enjuague bucal!
—¿Sugerís que tengo mal aliento?
—¡Pero, Juan Carlos Cipoletti, dejá de ser tan literal!
—¡Así que ahora tenemos directora técnica en la familia! ¡Haberlo sabido antes!
—¡Boludeces!
—¡No, boludeces no! Decime, ¿lateral izquierdo o derecho?
—¡Pavadas!
—¡No, pavadas, no! ¿Lateral con proyección o sin proyección al ataque? Decime, vieja...
—¿Qué querés que responda a semejante tontería?
—Profesora, ¿y el lateral debe ser argentino o extranjero?
—¡Basta! ¡Literal, dije, li-te-ral!
—¡Entonces, explicálo mejor, porque ya van a ser las nueve de la noche!
—¿Y qué con la hora?
—Con la hora sí, porque debo sintonizar a mi comentarista favorito. ¿No te das cuenta?
—A propósito de tu cara, o si querés de tu expresión, te decía que aunque tu situación ya es inaguantable, en verdad, ¡ojalá fuera un simple mal aliento, querido!
—¿Y a qué viene todo esto?
— Viene a que en el fondo tenés un problema parecido, pero muchísimo más profundo y más delicado. ¡Ay, los hígados que se necesitan para soportarte!
—¿Entonces? ¿Halitosis? Es lo mismo, ¿no?
—¡No, hombre, si tan sólo fuera una halitosis común! ¡Porque ni siquiera hay que cruzar palabra con vos para que media humanidad se dé cuenta de lo descompuesto que andás!
—¡Joder, andá a cantarle esa milonga a Gardel!
—Si te dijera que esa patología se te nota desde San Fernando hasta Almirante Brown... ¡Medio Buenos Aires! Parecerá toda una exageración, pero, ¡hacé memoria, reflexioná y analizá bien lo que te digo, y verás que me asiste toda la razón!
—¿Y es que acaso no podés concretar? Vos te parecés a esos delanteros que no definen. ¡Y claro, eso pudre a cualquiera!
--¡Podrida me tenés vos a mí!
—¿O por qué creés que echaron por la puerta trasera de Boca al colombianito Jota Jota Tréllez? ¿Ah? ¿Te acordás de la suerte del grone?
—¡Ni idea!
—Pues, precisamente, ¡por no saber definir! Oílo bien: de-fi-nir. ¿De acuerdo?
—¿Definir? ¿Y definir qué?
—Eso no tiene ninguna ciencia: definir. Como vos, ese negrito no hacía más que regatear y regatear. Regateaba más que un paria en un mercado persa.
—Pues, ¡hombre!, un mercado persa es para eso. ¡Para regatear!
—En cambio, mirá a Marcelo Salas, el chileno de River...
—¿Marcelo Salas? ¿Y qué hay con Marcelo Salas?
—¡Ah, vieja, pues que ese no se iba por las ramas, porque es un gran definidor! Un fenómeno. ¡A Dios lo que es de Dios! Porque, aquí entre nos, y no nos digamos mentiras: El Matador vale en oro lo que pesa. ¿O por qué será que los italianos del Lazio soltaron 55 millones de verdes por él? Y no lo pensaron dos veces. ¿Por qué creés?
—¡Qué sé yo de eso! ¡No creo en nada!
—¡Ah, yo sí te lo digo! ¡Y es porque el boludo ése sí sabe definir!
—¡Por Dios, Juan Carlos, me salís con unas cosas! Y ahora que mencionás el verbo definir, lo que estoy tratando de definir es la manera de tu carácter y de tu expresión. Y lo estoy haciendo con un eufemismo. ¡Un simple eufemismo! Muy sencillo. Y aún así, no me comprendés.
—No, de veras. No comprendo que querés decir, ni hacer. ¿A qué estás jugando?
—Mirá, che: De una manera amable, sólo estoy tratando de que caigás en la cuenta de tu conducta actual, que va pareja con tu siniestra expresión facial.
—¿Siniestra expresión facial, decís? ¿Y de qué estamos hablando? ¿Ah?
—¡Eso dije: siniestra expresión facial!
—¿Cómo? ¡Pero, qué inspiración la tuya! Como para un concurso de eruditos, ¿verdad? "¡Siniestra expresión facial!...". ¡Lo que nos faltaba!
—¡O como se llame! Está bien: ponéle el nombre que querás. Entonces, te lo digo de otra manera: Ahora mismo, es como si estuvieras mascando un chicle de nunca acabar. Sólo que esa goma de mascar debe tener un sabor terrible, que no quiero imaginarme. Por lo menos, eso dice tu cara.
—¡Mi cara, sí, mi cara! ¡Siempre mi cara! Y, claro, justito ahora, cuando van a dar las nueve de la noche, y cuando el juego va a comenzar, me salís con ese cuento chino.
—¿Cuento chino, viejo?
—Sí, un cuento chino.
—¿Y a estas alturas de la vida todavía creés que tu extraño comportamiento es un cuento chino, a pesar de que viene arruinando la vida en esta casa?
—¡Por supuesto que es un cuento chino, mujer!
—Cuento chino o no, Juan Carlos, lo que ahora quiero decirte sobre esta situación ya insorportable, trato de hacerlo del modo más amigable. De manera que mis observaciones respecto de tus actitudes actuales no vayan a ofenderte. Y por eso vuelvo a insistir en hacerlo con eufemismos.
—¡Suficiente, mujer, suficiente! Mirá que me estás colmando la paciencia. Dejáte de pavadas y más bien, decime dónde están las cosas...
—¿Las cosas?
—¡Sí, las cosas, mis cosas! ¿Dónde están? O, por lo menos, ¿dónde las dejaste?
—Aclaráme: ¿y cuáles cosas?
—No te hagás la desentendida. ¡Mis cosas, por supuesto! Es la hora del juego, y no veo mi camiseta, ni el silbato, ni la gorra...
—¡Ah, las cosas de Boca!, ¿verdad?
—Sí.
—Ya que no sos vos quien las lava, las plancha, las dispone, las prepara, las arregla, por lo menos deberías saber dónde andan.
—Eso espero. Y de este minuto en adelante, no quiero volver a escuchar lo de tus eufemismos. ¿Te parece?
—Viejo, cuando te digo eufemismo, deberías saber que esa es una expresión de la lengua.
—Vos, querida, ¿hablando de lengua?
—Vamos por partes, querido. Porque, obviamente, la lengua no es sólo ese apéndice largo y rosáceo que tenés debajo del paladar.
—¡Ah, sí, la lengua! Estás armando todo un quilombo y de paso descubriendo el agua tibia.
—No, señor, ningún quilombo. ¿Y por qué no mirás aquí en el diccionario?
—Pero, ¡qué atorrancia un diccionario a estas alturas!
—¡Hombre, pues, mirálo bien! ¡Mirálo nomás!
—¡Sí que lo veo Juana Cristina!
—Entonces, aquí. Veamos. Página, página... ¡925! Y es nada menos que el Diccionario de la Academia.
—¿La Academia?
—¡Eso es! ¡La Academia! ¡Sí, la misma Academia!
—¡Sí, está bien que a esos fanfarrones de Racing les llamen La Academia, sólo porque siempre jugaron como señoritas...!
—¡No, no es eso...!
—¡Juana C, dejáme hablar!, ¿querés? Por lo tanto, ¡ahora no me vengás con que a los de Racing les dio por sacar un diccionario!
—¡Por supuesto que no, Juan Carlos! ¡Pero, che, qué diccionario van a sacar unos cojonudos que sólo saben correr detrás de una pelota!
—¡O sí, vieja, de pronto sí! A lo mejor lo hayan sacado de la Biblioteca Municipal! Hasta donde yo sé, una revista sí tienen. Inclusive, no pasa de ser un burdo pasquín.
—¡No, Juanca, este es el Diccionario de la Real...!
—¡Haberlo dicho! ¿De la Real Sociedad? ¡Pero si ese pobre equipo no debe tener ni revista! Además, en España el mandacallar es el Barcelona.
—¡Primero, sacáte los audífonos de ese walk-man, a ver si me ponés atención! ¿Me dejás terminar?
—¡Ya sé: el diccionario del Real Madrid!
—¡Qué Real Madrid ni qué ocho cuartos! Por si acaso nunca oíste hablar del Diccionario de la Real Academia Española, este es. ¡Te lo presento!
—¡Hola, sí, mucho gusto, encantado!
—Te cuento que después de muchos años, el tío Alejandro pasó ayer a devolvérmelo. Y poné atención.
—Te escucho...
—“Eufemismo: Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Y de eso se trata aquí.

—Explicáte. ¡Explicáte, que me impacientás!
—O sea que, a lo maloliente tuyo —dicho figuradamente— no le quiero oponer lo malsonante mío.
—En fin, por lo visto vos sabés mucho de la lengua. Y la mía será todo lo que vos digás, una lengua inútil, larga y a duras penas rosácea, pero, ¡andáte, Juana Cristina, que ya faltan tres minutos para el juego!
—Insisto: De un tiempo acá el mal aliento está en esa expresión de tu semblante.
—¿Y eso qué relación guarda con el Euro... comunismo?
—¡Eu-fe-mis-mo, señor...!
—¡Embelecos femeninos! Me hacés sentir más aburrido que una trucha metida entre un biberón. Y ahora contestáme: ¿Lavaste o no la camiseta del equipo?
—No, la verdad que no.
—¿No? ¿Y la gorra, dónde anda? ¡Hoy no la he visto!
—Juanca, ahora no vas a salirte de nuevo por la tangente, ¿sí? ¡Mirá que apelando a un simple eufemismo sólo he querido hacerte ver lo grave que andás en la personalidad! Y como aún no podés entenderlo, al menos deberías dignarte escucharme un minuto para explicártelo mejor.
—¡Vieja, el juego de Boca está por comenzar!
—¿Y qué?
—¿Y qué? ¡Hmmm! Más bien, pasáme el mate. ¡Ah, sí, y ese cojín! ¡No... ese no! El azul... ¡No, ese tampoco! El azul más vivo con amarillo quemado...
—De hecho, ya es una redundancia decir que aquí todos los cojines son de los colores del glorioso Club Atlético Boca Juniors, como azul y amarillo son también los muebles, las paredes, los pisos, las puertas, las ventanas, las cortinas, la ropa de cama, las toallas, la vajilla, el gabinete de la cocina, las escaleras, las lámparas, la pileta, la fachada, el techo, la antena de la tele, las herramientas, el auto y hasta el jardín, porque...
—Porque..., ¿qué, mujer?
—Porque, según vos, ¡en el mundo no hay más amarillo en las flores que el de los girasoles, ni más azul que el de esas plantitas de nomeolvides!
—Por cierto, nomeolvides es un nombre bárbaro. Imaginate el encanto que produce obsequiar o recibir un ramillete de nomeolvides. ¡Sí, para nunca olvidar!
—¡Y claro, che, de esa obsesión por tus colores favoritos no se salvó ni el acuario!
—Dejá quieto el acuario. ¿Sí?
—Y es porque no aceptás sino a esos once peces, exactamente once peces, por supuesto, azules y amarillo, de Paracanthurus Hepatus, tan delicados y sobre todo tan costosos!
—Bueno, ¿y qué más querés que pinte?
—En tu locura, ¡y si te vieras la mirada de loco que tenés ahora!, sólo te falta que quieras reducir el arco iris a los colores de Boca... ¡Por Dios, hasta dónde!
—¡En fin, según vos, la vida en azul y amarillo es un infierno!
—¡Ah! Si el Infierno existe, me imagino que debe tener esos dos colores.
—¡Qué importa el Infierno, si ya me condenaste!
—¡Pues, condenado sí debes estar! Esa mirada tuya de Anticristo, lo corrobora. ¡Qué horror! Y es que hasta me corre escalofrío de verte.
—¡Seguí, seguí con tu discurso!
—Esto ha llegado al colmo de que ni te inmutaste después de ver morir al canario por esa sobredosis de pintura azul metálica que te empeñaste en aplicarle. En fin, porque todo aquí tiene que tener esos benditos colores. ¡Azul y amarillo, amarillo y azul!
—Eso no lo discuto. ¡Benditos sí son!
—Digamos que el fresco del aire acondicionado, el efecto de la calefacción, las facturas de los servicios públicos, los impuestos y la luz que entra por esa ventana son la excepción a la regla.
—¡Azul de la bronca y amarilla de la envidia es como vos te vas a morir!
—Lo cual, de veras, no justifica que me pongás los ojos encima de esa manera. La verdad, no sé por qué me mirás de esa forma tan misteriosa.
—¿Y de quién son los misterios en esta casa? Bueno, ahora terminá el inventario. Y así como están los baños, ¿no te parece que quedaron geniales?
—¿Geniales? ¡Serán genitales!¡Sí, tus genitales! Tan terribles como esos, quedaron los dos sanitarios. Lucen espantosos con esa franja diagonal negra, con ese rojo y con ese blanco mate tan mal extendido, amén de ese escudo de River, instalado a prueba de lo peor, que pusiste en el fondo de cada retrete.

—¡Bueno, Juana C, ya no hay tiempo que perder! De sobra sabés que para comentarios ahí está Radio Rivadavia, que tiene a los mejores analistas de este país. ¡Por lo pronto, no me cambiés el tema y más bien alcanzáme el preferido de mis cojines!
—Pero, ¿cuál de los dieci...? ¿Cuántos son ya? ¡Pero, qué barbaridad! ¿Son ya dieciocho?
—¡Diecinueve, gran boluda, diecinueve con el que traje anoche, mirálo allá junto a la chimenea!
—¿Y acaso quién soy yo para estarlos contando?
—¿Y entonces para qué te sirven esos ojotes azules, que, por cierto, con la hepatitis no estaban tan mal? ¡Ah, si tenían una mezcla cromática hasta interesante!
—¿Este cojín, decís?
—¡Carajo, el de terciopelo inglés, el mediano, bordado con la estampa del Pibe de Oro, ahí está, debajo del afiche del propio Maradona!
—¡Hombre!, ¿pero de cuál afiche, si ya son catorce los del fulano ése aglomerados aquí en las paredes del living, que ya más bien parece una marquetería de segunda? A ese paso esta casa va a necesitar muros adicionales.
—¿Vos creés?
—¡Sí, y declararla museo!
—¡Vieja, ya no le des más bolilla a esos veintidós cuadros! Y bajá el tono, bajálo. A ver... de izquierda a derecha... ¡el séptimo cojín! ¡Exactamente debajo del Maradona del bucle dorado sobre la frente!
—¡Ajá!
—¡Mi Diosito lindo! A propósito, ¿estás acordándote de lo mismo que yo? Ese poster data exactamente de cuando El Pelusa regresó a Boca! Y fue, irónicamente, después de haberle dado tánta fama y tánta gloria a ese Nápoles. En fin, pero, ya sin Diego hasta ahí llegaron esos malagradecidos napolitanos, pues de la B no van a salir en mucho tiempo. Como haya sido, igual me alegro por él. ¡Qué momentos aquellos para la posteridad!, ¿no?
—¿Será este el bendito cojín?
—¡No, Juana C, no entiendo el por qué de tu ceguera! ¿No lo estás viendo? ¡Mirálo, mirálo!
—De ceguera ni hablemos, porque sos como el peor ciego.
—¡Vos y tus famosos dichos: “Peor ciego es el que no quiere ver”!
—¡Mentira: el peor ciego es el que no quiere oír!
—En tu caso, vieja, finalmente no soy tan desconsiderado. Fijáte que ahora vengo a entenderlo. Porque, pensándolo bien, la causa tu atontamiento o de tu aparente falla en la visión debe estar en ese resplandor que irradia cada efigie de Dieguito.
—¡Te veo bien grave! Porque eso que acabás de decir y que ni siquiera alcanza la categoría de un disparate, es tu dogma de fe. ¡Ahora falta que lo alumbrés al tal Diego ése!
—Pero, ¡si él alumbra solo, querida! No por nada ha sido la estrella más brillante en esta parte del Siglo XX, y eso explica, así no lo creás, que hoy te haya encandilado de esa manera. ¡Precisamente por eso, ahora mismo no das pie con bola! ¿O te encandiló alguna vez la foto del Santo Padre, con todo y su aureola de santidad?
—¿Sabés que no, querido? Ni siquiera él.
—A ése más bien ponéle una lamparita, porque ya Diego es un auténtico fenómeno mundial de masas. ¡Leé la prensa, leéla!
—¡Y qué dice la prensa!, ¿qué ni el mismísimo Papa le limpia los botines al tal Maradona?
—Para comenzar, el Papa, inclusive ya entrado en años, fue puesto ahí donde está. Y no por cuenta suya. Otros le eligieron su destino. Por cierto, no fueron propiamente sus feligreses.
—¿Y es que acaso vos no habés querido elegir el mío?
—Mirá: el palacio ése donde duerme el Papa no le pertenece. El flamante coche que llaman papamóvil se lo donó la Mercedes Benz. Además, nunca se gasta una cena para nadie, no se digna a una propina, no compra un boleto de avión, y sin embargo vuela en primera clase. ¿No te digo? ¡Dios le da pan al que no tiene dientes!
—¡Bien merecido se lo tendrá!
—¡No, Juana Cristina!, ¿todo servido en bandeja de plata? Mirá que el hombrecito tampoco sabe lo que es sudar la gota gorda para darse el privilegio de llevar un Cartier de oro, ni para alojarse en el Ritz de París y mucho menos aún para vestirse un Versace...
—¿Alguna otra diferencia entre el Cielo y la Tierra?
—¿Y no es suficiente ilustración, querida? ¿Para qué más? Baste con que para ver a Maradona hay que pagar, y en cambio la bendición del Papa es gratis. ¡Ahí tenés tamaña diferencia!
—¡Qué despropósito ése, comparar al representante de millones de católicos con el símbolo pagano de una parranda de idólatras!
—¡Y claro que no! Mirá que Dieguito llegó a la cima sin haber tomado ningún ascensor. Este muchacho, un carasucia, un canillita, un simple vendedor de diarios, se hizo él solito a pulso. Transpirando talento. ¿Y qué fue, entonces, su escalada desde Argentinos Júniors, pasando por el Mundial Juvenil de Tokio-79, brillando en Boca, Barcelona, Nápoles, arrasando en la Selección, marcando el mejor gol en la historia de los mundiales como en México-86, siendo campeón de campeones..., todo eso apenas entre los 15 y los 26 años?
—¡No, Juan Carlos, es tu religión! ¡Ni hablemos!
—¡Sí, hablemos! Porque este Maradona es un fenómeno irrepetible que no conoce fronteras. Contrario al Papa, a Diego no hay que organizarle una gran visita con meses de anticipación para que su poder magnético seduzca por igual a un pibe en Arabia que a una abuela en el Perú. ¡No, no, por allá no busqués el cojín...! Ve más hacia el centro de ese sofá... No, por ahí no... Sí.., no.., sí... ¡Justito, ese, sí, ese mismo!
—¡Entonces, ahí va, agarrálo...!
—¡Ojo, mujer, mucho ojo, que puede caerse al suelo y arruinarse con el mar de polvo de esta casa! ¡Mucho cuidado! ¡Por poco!, ¿no? Y ahora cuando por fin lo encontrás, Juana Cristina, hace mucho tiempo deberías saber que este es mi cojín favorito. Acercáte... No temás, ¿sí?
—¿Ya estás borracho? ¡Vaya forma tan desorbitada la de tus ojos y tan extraña ésa forma de mirarme que te gastás! ¿Y eso?
—Y ahora, acariciálo nomás. Pero hacélo con sumo cuidado, ¿sí? Tenés las manos limpias, ¿verdad? ¡Eso es! Con ternura, mucha ternura. ¿Suavecito, no? Y nunca se te vaya a ocurrir usar detergentes o meter este ni otro cojín dentro de la lavadora. ¡Jamás, porque eso sería la mismísima muerte!
—¿La muerte?
—¡La muerte, sí! ¡O como se llame: la parca, la degollina, el destino, la hora suprema, el sueño eterno, el viaje al nunca más, la partida, el sanseacabó…!
—¡Suficiente, querido!
—¡O, si querés, la vuelta olímpica, la colgada de los guayos, la terminación del contrato, el minuto 91, el pitazo final...!
—¡Basta, ché! ¡Y tampoco es para que me hablés en ese tono, e insisto, y mucho menos para que sigás mirándome con esos ojos maquiavélicos! ¡Dejáte de bromas!, ¿ya?
—¡Si estaré de humor para bromas! ¡Más bien dejáte de jodas! Y si la memoria te funciona, es conveniente que recordés que fue por mirar así como pagué quince años en la cana. Entonces no me conocías, y por lo tanto no me discutías ni me llevabas la contraria. En fin, a lo hecho, pecho. Por cierto, ahora mismo no te imaginás lo que es morir de total incomprensión.
—¿De tristeza? ¿De abandono, querés decir?
—¡Nada que ver! Aquí me refiero a la probabilidad que tienen ciertas personas, pero sobre todo ciertas mujeres, de morir fatalmente cuando no son capaces de comprender nada de nada o cuando deliberadamente se niegan a comprenderlo todo.
—¿Y por qué sobre todo ciertas mujeres?
—¡Preguntále sobre todo a la Policía!
—¿Y preguntarle por...?
—Mujer, pregúntale sobre todo por ciertas estadísticas de mortalidad femenina en los hogares argentinos. Preguntá...
—¿Y sobre todo de morir cómo?
—De morir de cierta manera.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo de cuál manera?
—Por ejemplo, y ya que acabo de mencionar el aparato ése, con la cabeza atorada precisamente entre las aspas de una lavadora a mil revoluciones. ¡Desde luego, si es que minutos antes no mueren ahogadas ahí mismo!
—¡Sólo decirlo es una desvergüenza, che! Además, ¡eso no estará ocurriendo ni siquiera aquí en la Capital Federal!
—¿Sabés que sí?
—¡Ni idea, ché!
—Eso te cuento. No sobra saberlo. ¡Y sobre todo en ciertos vecindarios!
—¡Explicáte! ¿Y vecindarios de qué clase, viejo?
—¡Precisamente, vecindarios como este!
—¿Y acaso qué de particular tiene este vecindario?
—¡Y bastante, querida! Porque es donde nadie, para bien o para mal, nadie ve, nadie escucha, nadie husmea nada. Y también sobre todo en ciertas circunstancias y a ciertas horas. Pero, sobre todo abreviemos. ¿Y me decías...?
—Perdonáme que no comprenda nada sobre todo lo que estás diciendo, pues nunca quisiera ingresar a esa cierta estadística, pero, ¿a qué viene este tema tan rebuscado y tan escabroso?
—¡Dizque rebuscado!, ¿eh? Casos se han visto de ciertas mujeres que sobre todo preguntaban lo mismo o se comportaban parecido.
—¡Paciencia la mía! Y a propósito, sí, de lo que venía diciéndote, voy a intentar otra manera para que me entendás lo que desde un comienzo he querido decir sobre tu problema. Creo que esa expresión tuya como de constante mal aliento o de mal sabor a la que me refiero, se debe, seguramente, a que todavía seguís alimentándote de eso que un ya lejano domingo cayó del cielo en La Bombonera.
—¿Decís que todavía? ¿De papelitos, dirás? ¡Ah, esos caen siempre!
—¡Claro que eso no fueron papelitos!
—Está bien. Ya habrá tiempo para mirar la estadística en la computadora. Pero, ¿y qué tiene que ver lo mío con lo que llovió esa vez en La Bombonera?
—¡Mucho, muchísimo!
—Pero, querida, explicáme bien: ¿Eso que llovió ocurre cuando gana o cuando pierde Boca?
—En tu caso, bien particular, ¡con el empate basta...!
—¡Que sí, mujer, son papelitos!
—¡No, nada de eso!
—Pero, querida, ¿qué otra cosa, llueve por allá? ¡Papelitos de fiesta! Y para que veás, ahora mismo vas a comprobarlo de nuevo.
—¡Papelitos, qué atorrancia, papelitos! ¡Vos y tus inefables papelitos! —Papelitos que, a propósito, Juana Cristina, ¡ponéme atención!, son de lo más lindo que uno pueda imaginarse, porque exponen el sentir colectivo. Pero, ¡si son como una tormenta de júbilo para un pueblo sediento de esperanza!
—Eso, ché, pone en evidencia que todavía hay poetas que inspiran bastante...
—¡Ah, mujer de Dios, por lo menos reconocés mis dotes para inspirarme!
—¡En efecto, hay poetas que inspiran bastante…, y bastante lástima!
—¡Te hablo con el corazón en la mano, mujer! Y es porque cuando en La Bombonera se alza esa hinchada de Boca con su explosión de millones de serpentinas y de papelitos al aire, esa es la coreografía del Cielo. ¡Es el mismísimo Dios quien se levanta!
—¡Bien, muy bien!
—Entonces, ¿sí podés entender que Dios y Boca son como el Padre y el Hijo?
—¡Y vos el Espíritu Santo! En verdad, lo que está muy bien es dejar los eufemismos para otro día.
—¡Ah, los eufemismos! La panacea contra todos los males de esta casa. ¿No hay nada mejor entre nosotros que oír tus eufemismos?
—¿Nosotros, Juanca? ¿Nosotros?
—¿Y entonces, quién?
¿Nosotros, los del eterno triángulo? ¡Si por lo menos fuera un triángulo amoroso como todos, vaya y venga! ¡Pero no, Boca, vos y... yo! ¡Yo siempre a la zaga!
—¿La zaga? ¿Te referís a la mismísima línea del fondo? ¿A la de contención, que llaman otros? ¿Al cuarteto defensivo, como decía mi viejo? La verdad, no sé si a estas alturas de la vida aún tenés la osadía de pensar que hay chance para vos en la alineación de Boca. ¡Vieja, no en vano transcurre el tiempo que llega con la menopausia!
—¡Y como a vos, Juan Carlos, no te pasan los años, nunca te mirás al espejo! ¡Porque ni para eso tenés cara, para asumirte siquiera al espejo!
—¡No, mujer! Al paso que va tu sentido común, un día de estos me vas a salir con que la leche en polvo se fabrica rallando la vaca.
—¡Sí, la vaca, otra vez con el viejo cuento de la vaca! A propósito, ¿no tenés más bien un chiste de vaqueros?
—¡No, en este justito momento no! ¡Haberlo sabido! Pero igual seguro estoy de que si por casualidad alguna vez te mandaran a Bolivia por un alijo de coca y no lo encontraras, para compensar volverías con un cargamento de Pepsi.
—¿Qué debo suponer que supone eso?
—Más que suponerlo, presiento que empezás a quedarte en fuera de lugar.
—¡Macanudo, viejo! Cuando no te conviene, yo siempre estoy en off-side. ¿Sabés? Pero, si pretendías ofenderme, ya estoy inmunizada contra tus desplantes. Ahora, según oigo de tus analistas de cabecera, la tal expresión ésa equivale también a estar en posición adelantada, ¿no es cierto?
—¿Así que habés llegado al punto de creerte tus propios embustes, Juana Cristina?
—¡Y no es porque yo me lo crea, sino porque siempre estoy adelantada a vos!
—¡Ah, no, y si es por la exacta definición del caso, te diré que tu presumida posición adelantada es futbolísticamente una posición viciada!
—¡Viciada, nuestra suerte, ché! En fin, no entendiste lo del triángulo.
—¡Y cómo no, si triángulo viene de triangulación!
—¡Ajá! Interesante raciocinio: como balón viene de balonazo. ¡Ya! Primero fue el balonazo y después se inventó el balón!
—¡Triángulo o triangulación! ¡Qué más da! Mirá esa fascinante geometría de volantes y delanteros de Boca cuando les da por tocar rápidamente esa pelotita, sin repetir ni un solo pase, ni un solo gesto. ¡Sin despeinarse!
—¡Viejo, no tenés ni cinco dedos de frente!
—¡Vos, más bien atendé la cena, que se va quemar!, ¿sí?
—¡Estoy refiriéndome a ese otro triángulo: Boca, vos y yo...! ¿Tánto te cuesta entender eso?
—¡Qué importa, vieja, si es amoroso, si es pasional, si es equilátero o si es el Triángulo de las Bermudas, o qué sé yo!
—Para lo que nos ocupa, entonces debería ser más bien el Triángulo de los Bermúdez.
—¿El Triángulo de los Bermúdez, mujer?
—Sí. El del colombiano ese, el tal Jorge Bermúdez, que capitanea a Boca. Ya me lo imagino de tiendas con su mujer y con su hijo, seguramente todos tan arrogantes y tan buscapleitos. ¿No acaso es dizque el jugador más multado del fútbol argentino? Por lo mismo, ese patadura debe ser de los que al final no tiene otro modo de pagar las compras que con la tarjeta roja.
—Pero, Juana C, si estás hablando de El Patrón! ¡Palabras mayores, vieja! Ahora, esta discusión no mejora nuestro destino como pareja, ni la suerte de los muchachos como equipo. Total...
—¡De acuerdo! Total, ¡esto no lo resuelve nadie!
—Mirá, hoy por hoy cuanto necesitamos resolver en Boca es el problema de gol para mejorar el promedio. De lo contrario, con ese caradura de Chilavert en el arco y en su cuarto de hora, y su equipo con quince goles de más, esta noche Vélez no va a querer soltar la punta del campeonato.
—¡En fin! Seguí tal como vas, que yo archivaré la idea de los eufemismos.
—¡Pero, claro, ya veré los eufemismos al desayuno, al almuerzo, a la cena, en el mate... en la almohada! Y ahora, mujer, ¡la bandera del equipo! ¿Dónde anda la bandera? ¡Ponéme atención, ¿sí?, que ya sólo faltan quince segundos para las nueve! ¡Ya lo sabés, no me hagás levantarme, y traéla!
—¡Claro, a cuerpo de rey, yo tampoco me levantaría de semejante trono!
—Mirá, y no me lo estás preguntando, pero ya que hablás otra vez de rey, no sobra insistir que en el fútbol no ha sido nunca Pelé, como sí presumen los brasileños, sino Maradona. ¡Desde luego, no vamos a entrar en disquisiciones inútiles! Y mucho menos con vos, ni ahora.
—Ya hablaste del rey. ¿Y del trono, qué?
—Tampoco hablés de trono —eso igual no se discute aquí— porque trono fue el que nos reservó la Historia. De veras: contá títulos de Boca, sus goles, sus figuras, sus hazañas... ¡Obviamente, no vas a hacerlo ahora!
—¡Ché, ni soñarlo: ni ahora, ni nunca!
—¡Soñar sí, mujer, sueño con que ya mismo me traigás aquí la bandera, por lo menos la bandera, para empezar...!
—¡Apagá y vámonos, viejo!
—Finalmente me dejás en el limbo con eso del... ¿ecumenismo, dijiste? Mirá que ya el réferi va a dar el pitazo inicial. Porque ahora con la teleaudiencia encima, ¡ese vendido de Salomone por lo menos va a ser puntual!
—¡Venga acá ese mate, querido!
—Terminálo, pero apurále, ¿sí?, y sacáme ya de la duda con eso del... ¿Euro... comunismo es como se llama esa cos...?
—¡Señoras y señores, nueve y treinta en punto de la noche en la República Argentina! El árbitro, Luis Ángel Salomone, mira su cronómetro. ¡Cincuenta y ocho mil almas aquí en La Bombonera, cincuenta y ocho mil voluntades que no claudican en el empeño de apoyar a su equipo, ni renuncian a la esperanza de verlo superar uno de los trances más difíciles de su historia reciente! ¡Y es Booooca, amigos oyentes, el que pone a circular la pelotaaaa...! ¡La fiesta se prende, escuchen la explosión de algarabía! ¡Sí, el que la toca es el ídolo y goleador Martín Palermo...! el número nueve a la espalda reaparece con unos kilos de más luego de una cirugía en el tendón extensor largo del dedo gordo del pie derecho... Y ya que hablamos de Palermo, que me perdone la franqueza, pero sírvale esta experiencia para que en lo sucesivo no vuelva a patear un penal como suele hacerlo la Miss Argentina de turno en el saque de honor... Es decir, con la física punta del pie, como Palermo lo hizo frente a Quilmes, cuando de milagro no pinchó el balón, pero lo echó a perder ovalándolo cual huevo de avestruz y el cual fue aterrizar parcialmente sobre el aparcadero sur del estadio... Según dicen los testigos de aquel espectáculo tan extravagante, allí a esa cosa chueca y enloquecida no la atajaba ni Mandrake... Hasta cuando el óvalo ése terminó por entre una alcantarilla, y hoy por hoy debe estar viajando a través del Río de La Plata... ¡Y bueno, esto nunca ocurrió antes en la historia de la navegación fluvial, pero igual son cosas del fútbol...! ¡Y ahora, vamos a lo que vinimos, al partido! ¡Por la izquierda ya se descuelga El Mellizo Guillermo Barros Esqueloto para acompañar el avance del equipo local...! ¡Señoras y señores, encuentro clave, decisivo de la jornada número treinta y siete del Campeonato Argentino...! —¿Lo estás oyendo, Juana C? ¿Te das cuenta? ¡Arrancó el juego y esta es la hora en que todavía no hay señales de la camiseta, de la gorra, del silbato, ni de la trompeta! ¡Nada!
—¡Por lo menos, aquí tenés el jirón ése!
—¿Jirón? ¡Dizque jirón! ¿Sabés el tamaño de barbaridad que estás lanzando? ¡Pues, ese jirón, para que lo sepás, es la mismísima bandera del pueblo, de tu pueblo, gran idiota, el emblema de la mitad más uno de este país! ¡Y pará, mujer, pará de joder y de sulfurarte! Y para que no te quejés tánto, ¡fijáte que ahora mismo no voy a tocar el bombo!
—¿Bombo?
—¡El mismo!
—¡Pero, si ese trasto que golpeabas con tánto delirio, hoy no sirve para un comino!
—¡Juicios tuyos, quiero el bombo!
— ¡En ese caso, vas a tener que verlo!
—¿Y qué hay con verlo, vieja?
—Nada más, comprobarte que ese otrora flamante instrumento de percusión está más aporreado que pocillo de manicomio.
—¡Mujer: no lo habrás estado tocando!, ¿verdad?
—¡Bueno, eso de tocar tiene sus acepciones! Es así como a ese bombo nunca me ha tocado tocarlo. ¡Por fortuna! Pero si tocara, hasta lo tocaría, desde luego con guantes, y sólo que para ponerlo en el bote de la basura. ¡Eso sería lo tocante! Además, nunca estuve interesada en tocarlo para que sonara. Por cierto, ¿y cómo va a sonar si no toca, mejor dicho, si ya no produce percusión?
—¿Y entonces, qué sugerís, Juana C?
—Creo que te tocará comprar otro.
—¿Y eso es tan imperativo?
—Sí, porque cuando toca, toca. Y entonces sí podrás hacer con él una tocata.
—¿Una fogata? ¡Cómo te atrevés!
—¡Tocata, hombre, una tocata! ¡Por Dios!, ¿y por qué no más bien te sacás esos audífonos y además le bajás el volumen a la radio y a la tele?
—¡Lo que faltaba, que el bombo fuera para fogatas!
—A propósito, Juan Carlos, ahora cuando aumenta el frío y cuando escasea la leña, ¡ganas no me faltarían de consumirlo en la chimenea! O de mandarlo a la mismísima basura. Pero, entonces, nos enfrentaríamos a otro problema...
—Pero, atorrante, ¿y a qué problema?
—Por ejemplo: A una huelga más en Argentina...
—¿Te enloqueciste, Juana C? ¿Una huelga?
—¡En este caso, la del servicio de aseo municipal!
—¡So tonta, cómo se nota que no valorás el tesoro que hay en la colección de autógrafos estampados sobre ese bombo! Roma, Gatti, Rojitas, Corbatta, El Negro Meléndez, Pianetti, Marzolini, Rattín, Maradona, Batistuta... ¡De veras, mucho cuidado con irlo a tocar!
—¡Jamás! ¡Y toco madera!
—¡Mejor, sí, tocá madera!
—¿Sabés, hombre, que sí?
—Y en últimas, querida, y por si algún día te diera el antojo de tocar, entonces mejor sería que te tocaras otra cosa...
—Y como vos ya ni me tocás, pues.., ¡sí! ¡Tocará!
—La verdad, y fuera de bromas, Juana Cristina, hoy te tocó un buen día.
—¿Un buen día?
—¡Claro, me agarraste en un buen día!
—Entonces, ¡me tocó un buen día! ¿Y eso qué traduce?
—Eso traduce que hoy vencía el plazo para que resolvieras lo del bombo, y sin embargo te has hecho la de la vista gorda. Hace una semana te advertí hasta la saciedad —y además así está subrayado en el calendario del torneo que colgué en la cocina precisamente para que te mantengás al día— que el domingo es el clásico contra Independiente en Avellaneda, y...—¿Y...?
—¡Claro que “y”! Y aunque para entonces me urge tener el bombo, traduce que ahora mismo no quiero estallar. Por lo tanto, si sos tan diligente como alardea tu vieja, hace muchísimo tiempo debiste haber pasado por la tienda de deportes para que lo reparen o para que comprés uno nuevo. Para eso laburo como un esclavo.
—¿Y cómo?
—¿Y cómo qué, mujer?¡Pregunta la tuya!
—¡Sí!, ¿y cómo lo compro? ¿Con canciones? ¿Me atavío una minifalda y me voy de mariposa por la Nueve de Julio y Córdoba a la media noche? ¿O preferís que contrate un servicio de acarreo para llevar la heladera y consignarla en una casa de empeño? ¡Escogé!
—Por razones que sea caen de su peso, y obviamente de tu sobrepeso también, a duras penas me apuntaría a la tercera opción. Sin embargo, tampoco te veo yéndote a la prendería. Sobre todo a partir de que no sos capaz de empeñar ni siquiera tu palabra. ¿No tenés otra carta en la baraja?
—¡Ah, claro, tu carta favorita: al fiado! ¡Y entonces sí es cierto que me muero de hambre!
—¡Vieja, te dejás morir, de eso tampoco hay duda! Así que comprálo con la guita destinada para la cuenta del gas.
—¿Del gas? ¡Entonces, a comer enlatados, hombre!
—¡Como vos querás! Al fin y al cabo, ya lo reconectarán el otro mes.
—¡Cero y van tres, Juan Carlos! Porque hace quince días fue con el servicio de energía y hace apenas ocho con el teléfono. ¡No hay derecho!
—Y aunque digás lo contrario, ¡agradecé que hoy no ando de malas pulgas!
—¿O sea que me estás perdonando la vida, ché?
—¡Tomálo como se te venga en gana, Juana Cristina, pero soldado avisado no muere en guerra! Y por hoy dejemos de ese tamaño el asunto del bombo.
—¡Después de todo, sólo gracias a tus influencias Dios es bien grande!, ¿verdad?
—¡Como sea, pero reconocé que hoy me agarraste en la buena! Y como tánto habés insistido en hablar, si querés, hablá...
—Por cierto, y como suele decir tu relator favorito de Rivadavia antes de transmitir: “¡Estoy que me locuto!”.
—¡Entonces, hablá, vieja, habla! Pero que sea súperbreve. Sólo para eso, y apenas por un momentito, voy a bajarle un poquitín el sonido a la tele y a la radio. ¿Entendido?
—¡Santo Cielo, como si el walk-man no te fuera suficiente para soportar tanto ruido!
—Desde luego, espero que antes de diez minutos habrás terminado tu parlamento y encontrado mi camiseta, limpia o sucia; mi gorra, mi silbato, mi trompeta... ¡Bien sabés de mis cosas!
—¿Ah, sí? ¿Y adicionalmente no te vendría mal una botellita de tu favorito Blue Label de Johnny Walker?—¿El de la etiqueta azul? ¡No me antojés, porque con esta sequía, un trago amarillo de esos...! ¡Ni hablar!
—¡Claro, viejo, que adicionalmente podrías telefonear a una línea caliente para que te envíen un par de rubias y ojiazules bien cariñosas!
—¿Rubias? ¿Y ojiazules? ¡Fenómeno, diez sobre diez!
—¡De veras cómo armonizan esos colores!, ¿sí o sí?
—¡En vez de hablar tánta basura, más bien recogéla! Y ve alistándome también el último CD de Boca, porque esta noche vamos a festejar la revancha contra esos giles de Vélez...
—¡Y ojalá tu fiesta no vuelva a quedarse por quinta vez consecutiva en los preparativos!
—¡Sin tardanza, Juana C, obedecéme, no sea para problemas! Y así te parezca redundante, hoy quiero ser tan bueno como Boca. ¡Reciprocidad!, ¿sí? ¿Querés, vieja, practicar la reciprocidad?
—¿Algo más, Vuestra Excelencia, Don Juan Carlos de Borbón?
—¡Ya está dicho, Doña Juana La Loca!: La camiseta, la gorra, el pito... ¡No repito! Y si vas a sentarte, hacélo allá en esa silla. ¡Allá! Porque aquí la bandera y el mástil necesitan suficiente espacio de maniobra.
—¡Y mucho cuidado con la maniobra, porque una cuarta lámpara Tiffani de esas no la repongo ni a palos!
—¡Hablando de palos, entonces te conviene que escupás de una vez y para siempre todo cuanto tenés atragantado! ¿OK? ¡Hablá, hablá de corrido sobre la importancia de tus eufe-como-se-llamen, pero hacélo cortito y bajo, sin exaltarte!, ¿eh?
—¡Cómo es la vida: Cuántos años para que finalmente le concedás la palabra a tu mujer! ¿Ah? Y con tal de que además dejés de mirarme así como Terminator, trataré de hablar tan breve y tan de corrido como pueda. Verás: Para ganar tiempo, te prometo evitar incluso las pausas propias del punto y del punto aparte.
—¡Boludeces! ¡Aquí los que cuentan son los propios puntos que aparte gane Boca!
—Y como hace tánto tiempo no sé lo que es poder dirigirte a vos más de ochenta palabras de corrido, vas a tener que excusarme si en algún momento se me pega el acelerador. Aunque por la falta de costumbre no te lo garantizo, en lo posible trataré de ser bien sucinta.
—¡Mi cinta, la tuya o la cinta de tu abuela, eso no viene al caso! Además, con la bandera, ¿para qué carajo una cinta? Y sin demora, ¡entonces hablá sin pausa, hablá ahora mismo o callá para siempre!
—Por lo tanto, y ojalá no vayás a interrum­pir mi exposición de motivos, como espero, hacé memoria, que desde cuando a Boca le birlaron el invicto de local luego de 39 fechas, y fue contra la suplencia —¡sí señor, contra la suplencia!— del tal Deportivo Mandiyú, que por cierto era último en la tabla y que por lo mismo des­pués fue a templar a la B, pero que en cambio se fajó un gol olímpico bárbaro, otro de taquito, uno más de media volea y otro de chilena, goles todos que en­mudecieron a La Bombonera, aparte de que el Man­diyú terminó el primer tiempo con cuatro hombres expulsados —sí, vos me lo dijiste una vez, y lo tengo bien presente, que siete es el número mínimo regla­mentario de jugadores por equipo para poder conti­nuar un partido— y recordá que dos de las tarjetas rojas fueron precisamente para los dos porteros, el titular y el suplente del Mandiyú —sí, también me lo contaste, que talvez sería un caso único en la historia del fútbol desde la noche del 26 de octubre de 1863, cuando en la Freemanson´s Tavern de Londres se fundó la gran Football Association y dictó las pri­meras reglas de este deporte— par de arqueros éstos, como te decía, que, como si fuera poco, aquella misma vez le atajaron tres penales a Boca —exactamente uno a Palermo, otro al tal Chicho Serna y el ter­cero a Riquelme, y para no alargarme no voy a re­cordarte exactamente en qué minuto cada cual— amén de todos los caños y de la colección de olés que tu adorado tormento se comió toda la tarde, cuando de carambola, y para tu peor desgracia, por tercera vez consecutiva River salió campeón —porque esos puntos eran de vida o muerte, según me lo habías repetido a mañana, tarde y noche durante las cinco semanas que antecedieron a ese domingo— y cuando nadie —¡sí, nadie, del propio Maradona, de Hugo Morales con su enorme sintonía y de El Grá­fico para abajo!— nadie le apostaba una luca a ese adversario dizque de pacotilla, hasta hoy, ocho lar­gos meses después —que para mí, para los tuyos, para los amigos, para los vecinos, para tu recepcio­nista, para tus compañeros de oficina, para tu jefe, para tu pobre secretaria, para los pasajeros y para emplea­dos del Metro, para los transeúntes en general, para la gente del restorán, para el coiffeur, estilista o peluquero que llamás, para todo el mundo que te ve, te saluda, te trata o que casualmente te ve pasar o te oye gruñir solo, muchas veces sin saber quién sos, pero que también se da cuenta de lo mismo— tiempo sí, que han sido ocho meses de pesadilla en que hemos te­nido que lidiarte o mínimo soportarte sin poder chistar —¡eso ni que fuera yo a matar a mi madre a punta de pellizcarla con un alicate!— digo, meses que suman como ocho años mal contados, y hoy, todavía, vos ni te das por aludido porque lo volviste —eso creés sin darte cuenta, y así solita se engaña la gente— reitero, porque lo volviste como si fuera un hábito inofensivo, una forma de vida, tal como des­pertarse, levantarse, oír las noticias, leer el diario, resolver el crucigrama, afeitarse, ducharse, secarse, peinarse, vestirse, anudarse la corbata, perfumarse, desayunarse, eructar, cepillarse los dientes, salir, tomar el Metro, caminar hasta la oficina, trabajar, almorzar, volver al laburo, laburar, decir “¿aló?”, conversar, decir “¡chau!”, esperar a que sean las cinco, marcar la tarjeta de salida, tomar el ascensor, salir, abordar el Metro, bajarse, retornar a casa, cenar, tomar el mate, ver la tele para repetir los goles de la víspera, ponerse la pijama, bostezar, cepillarse los dientes, escoger el traje para el día si­guiente, disponerlo, carraspear, lustrar los zapatos, estirar los brazos, cerrar la cortina, programar el despertador, restregarse los ojos, abatirse sobre la cama, arroparse, apagar la luz, maldecir “¡corréte a tu orilla, que vas a ahogarme!”, balbucir “hasta mañana”, todo eso religiosamente, campantemente, coloquialmente, desfachatadamente, frescamente, olímpicamente, indiferentemente, incorregiblemente, proverbialmente, como si nada más pasara, o simple y llanamente como dormir y volver a levantarse al día siguiente, y así todos los santos días, y al parecer, y perdonarás la franqueza, mirá, es por tu bien, sabés que nunca ha sido mi intención ser cruda ni injuriar, las del signo Libra somos así, ecuánimes, además no es mi estilo, así que vos, que sos todo lo contrario, Escorpión, no te ofendás por ello, pero algún día —y ojalá fuera desde esta misma noche— vas a tener que reconocer la existencia de tu problema, y aunque respetamos que para vos los símbolos de la causa popular sean la bandera y la camiseta azul y oro de Boca, “la mitad más uno” como se autoproclaman ustedes los de esta causa, y otras extravagancias por el estilo que ahora no vie­nen al caso —sí, porque tampoco jamás de los jamases tenés tiempo como para que dialoguemos y creo que tampoco nunca vas a sacarlo, lo cual está demos­trado hasta la saciedad— y como te decía, de eso todos y cada uno somos conscientes, ni más faltaba —porque sin duda todo esto es cada vez más evi­dente, más rutinario, más puntual, como saber que el sol sale todos los días— que vos, a estas alturas de la vida —¡y no sos ningún pibe, ya son 59 años!— vos, sin consideración ninguna hacia nadie —“¡genio y figura hasta la sepultura!”, decía mi tío El Tano, que en paz descanse, y buena razón le asistía para expresarlo de esa manera ante casos crónicos como el tuyo— vos aún insistís en poner esa cara de seguir atragantado por cuenta de toda, pero toda, algo como para registrarlo en letras de molde en el Guinness Record, escucháme bien, ¡casi nada, el Guinness Record!, que, como su nombre lo indica, es el libro de los récords, famosísimo, por lo mismo tan ven­dido cada año en todo el planeta, ¿lo conocés? —a propósito, cualquiera no sale publicado allí, ¡y ahora mismo que me parta un rayo si lo habrás leído, y por cierto a qué horas, si no pensás en otra cosa distinta del domingo aquél!— sí, venía diciendo que nadie acepta ni entiende cómo porfiás en digerir desafora­damente, como si te la fueran a arrebatar esa cosa horrible— digo, no sé cómo aguantás tánto, resig­nado o masoquista que sos, y que se sepa ni tus abuelos ni tus padres eran así, y de paso, sí señor, aprovecho la oportunidad para decirlo, menos mal no tuvimos hijos, ¡Dios nos ampare!, sólo Él sabe como hace Sus cosas, porque hasta podrían haberte here­dado eso y sería el colmo de los colmos— insisto, porque así como vas, parecés condenado a no poder parar de digerir, saborear, masticar, degustar, man­ducar, engullir, devorar, ingerir, morfar, embuchar, yantar o simplemente de comerte ya reconocerás qué y cómo sí me he dado cuenta —y por eso tu cara de tragedia nacional, tu expresión enfermiza, tus ojeras cada vez más pronunciadas, tu carácter más irascible, tu as­pecto cadavérico, tu calvicie prematura, tu progre­sivo desgreño, tu constante insomnio, tu taquicardia, tu úlcera de mal en peor, tu caminar inanimado como un zombi, tu abandono a la soledad, tu cada vez más pobre desempeño desde el ámbito conyugal, aún así un día lleguen a decirte que sos todo un toro, un verdadero semental, y así de pronto inflés el pe­cho como un pavo real y te lo creás al pie de la letra, cosa que no me sorprendería de no ser porque te conozco hasta la médula, pero tampoco te hagás ilu­siones vanas, puesto que de pronto un supuesto ha­lago al comparársete con un toro de casta venga a resultar más bien por lo de cachón, y en consecuen­cia no te fiés tánto, te lo digo yo, que también soy humana, y no voy a repetírtelo, las cosas tienen su límite, fijáte bien, en el mundo estamos y una nunca sabe— y te decía, tu declive va desde el lecho hasta tu bajo rendimiento laboral —¡y con esta manga de desempleados, el palo no está para cucharas!— reitero, no sé en cuál espécimen de la biodiversidad te has convertido, y es la verdad, no interpreto cómo sos capaz de comerte y seguirte comiendo, placer, ¿será placer?, ¡seguro, placer que sentís! —oílo bien, pero bien clarito: ¡placer, sí!, pero no un placer cual­quiera, sino un placer de glotón patológico— ¡sí!, un raro gozo, aunque también llega a haber gozo en el dolor, ¿eh?, ¡sí!, cosa que en vos se manifiesta en una extraña devoción por la adversidad, en un increíble frenesí por lo trágico, por lo amargo, por lo desagra­dable, por lo funesto, repito, no alcanzo a definir esa pasión, ese embrujo, esa compulsión, esa adicción, o qué sé yo, de todas formas es exactamente eso mismo lo que te produce vivir en tan extremas condiciones, porque al fin y al cabo de eso a lo que ahora inexorablemente voy a referirme te nutrís, como de savia se nutren las plantas, no lo negués, y esa es la verdad y nada más que la pura verdad —cosa grave, “¡gravísima!” di­ría no necesariamente mi madre, a quien desde luego desdeñás por completo, sino que también podría diagnosticarlo el siquiatra y atestiguarlo cualquiera, y mañana, si querés, preguntálo al primero que pase— porque a kilómetros se te nota esa compla­cencia y al mismo tiempo esa angustia al ahitarte, y no te inmutás, de toda esa cosa, ¡oílo bien, pará oreja, abrí bien los tímpanos, laváte las orejas o vete ma­ñana mismo adonde el otorrinolaringólogo! —¿has oído alguna vez ese vocablo? ¡Creo que nunca!— y de veras no sé interpretar cómo podés asimilar con tanto deleite, con tanto empeño, la presencia de toda esa cantidad inimaginable, de veras, inconmensura­ble cantidad de eso —parezco exagerada y ojalá es­tuviera en el error, pero inclusive hasta dudo sobre si esa cantidad y esa circunstancia tuyas, seguramente únicas en el mundo, puedan tener cabida en el Guin­ness o si sea prudente, decoroso o conveniente publicarlas, y eso habría que averiguárselo a un editor, pero, por supuesto, no seré yo quien lo haga— y reitero, para no perder el hilo, desde aquel domingo no com­prendo cómo podés llevar en el cerebro y en el hí­gado —¡ah, hígado de hierro el que te gastás!— y en todo tu ser, en tus neuronas, en tus entrañas, en tus pensamientos, en tus venas, en tu corazón, en tu universo, en tu vida cotidiana, toda esa cantidad, vas a excusarme la expresión, sí, ya te dije, no es mi estilo, pero no entiendo cómo podés sobrellevar tu existencia bajo el peso de toda esa cantidad, de esa capacidad métrica inmensamente superior a cualquier superlativo, esa cantidad física —porque hasta creo que es física, real, tangible, no es imaginaria, y de pronto, no puedo asegurarlo, es un pálpito apenas, pero quizá una radiografía en la cabeza y otra en el aparato di­gestivo pongan en evidencia el objeto de mis temo­res, y entonces podrías comprobar que no son menti­ras ni exageraciones mías ni de nadie— eso no se me quita de la cabeza, como no se me quita que me llamo Juana Cristina de los Angeles Urriolabeitía Seme­newicz, como saber que vasco era mi padre y que polaca era mi madre, pero ignoro cómo fue que entonces pudiste abrir de par en par la boca y el alma entera y exponerte a esa horrible tormenta de física, oíme claro, de física —con minúscula, porque la Física, escrito con mayús­culas, como seguramente lo viste en la escuela se­cundaria, ¿o ya lo olvidaste?, es la ciencia que estu­dia las propiedades de la materia y de la energía— te decía, no sé cómo entonces te llenaste, te saturaste, te colmaste, y ya estás desbordándote, ¡qué miedo, que horror, qué pena!, te atarugaste de física, y ya verás que hasta me sonrojo y me asqueo pensándolo, te taponaste de física, en verdad sólo imaginarlo me sonroja, pero finalmente habrá que llamar las cosas por su nombre —¡al pan, pan, y al vino, vino!— y vas a ver que sí soy capaz de decirlo —como de aquí en adelante seré capaz de esto y de otras muchas cosas más, ni lo dudes— sí, porque es imperativo decirte lo que tengo que decir aquí y ahora, ya sin más vueltas ni más plazos y, por si las dudas, no será en Inglés ni en Chino, desde luego, pero, sincera­mente, decímelo, dilucidámelo, ponéte la mano en el corazón, ¡pero ponétela!, ¿querés?, y aclaráme bien, respondéme, pero sin andarte por las ramas, ahora no vas a resultarme con evasivas ni con rodeos, por­que, aunque te parezca paradójico, si breve y bueno dos veces bueno, y sin ponerte a divagar, contestáme, a conciencia, de manera clara, categórica, concreta, satisfactoria, dame ese gusto al menos por esta vez, no dejés para mañana lo que podás hacer hoy, no vacilés en hacerlo, con toda sin­ceridad, miráme fijo a los ojos, y si me miraras como cuando de novios lo hacías para decirme “Mi Pi­nina, eres única” y cuando, por cierto, solías dedi­carme aquel célebre poema de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, para más señas nacido en 1904 en Parral, Séptima Región de Chile —lugar que, naturalmente, nada tiene que ver con su homónima Parral, Estado de Chihuahua en la Sierra Madre de México— que era hijo de un ferroviario y de una maestra de escuela y a quien desde luego deberías recordar lo suficiente ya que vos tánto lo recitabas, y por lo cual precisamente has de tener presente que era el verdadero nombre del inmortal Pablo Neruda, ¿o ya lo olvidaste?, y que por algo y de sobra fue llamado El Poeta de América, entre muchas cosas Premio Nobel de 1971 —y a propósito, tampoco y ni de riesgos se te vaya a ocurrir confundirlo con su colega y antecesor checoslovaco Jan Neruda de quien, precisamente y por si acaso no lo sabías, tomó el apellido y quien por cierto hoy ya no podría ser checoslovaco, toda vez que a la caída del Muro de Berlín, ocurrida a la media noche del viernes 10 de noviembre de 1989, la ahora República Checa y la de Eslovaquia se abrieron en dos países con sus respectivas capitales de Praga y Bratislava— poema aquél, volvamos al cuento, mejor dicho al famoso poema, ¡sí!, recordá que dice “me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca...”, y vos te sabías de memoria el resto, que si mal no recuerdo también decía “parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca”, etcétera, etcétera, pero ahora, aunque es distinto, ¡sí!, miráme bien a los ojos y respondéme pronto, ¡ya mismo!, a la gran pregunta del millón, que a lo mejor te va a parecer larga, larguísima, eso es lo de menos, porque lo de más está en que me contestés, pero, ¿cómo fue que pudiste exponerte así a esa, sí a esa, esa terrible tormenta —ya te lo dije, tormenta, ¡sí!, porque eso fue lo que ocurrió aquella misma tarde en La Bombonera, una tormenta, no un simple rocío— a esa asquerosa tormenta, venía diciéndote, que no era propiamente de nieve, aunque igual te hubiera cambiado fatalmente el destino, así pudiera ser blanca, pero ahora no vamos a comparar un color o una textura con lo otro, ni a formular hipótesis ni conjeturas al respecto, sobre todo cuando, naturalmente, lo tuyo ha sido muchísimo peor, escucháme bien, me refiero concretamente a esa otra tormenta —¿sabés a cabalidad lo que es una tormenta, no?— y reitero, esa tormenta sin precedentes, y que tampoco era supuestamente la típica del papel picado o de los tales papelitos como vos decís, sí, esa tormenta nunca vista, ni llovida, ni pronosticada —y que ojalá nunca más se repita, porque después de Perón, de Evita, de la Dictadura Militar, de Carlitos Menem, de Zulemita y sus secuaces, para no nombrar lo innombrable, mejor dicho a toda esa caterva de quienes arrasaron esta nación, esa sería entonces la última y definitiva calamidad del Siglo— sí señor, como venía diciéndote, toda esa tormenta, oílo despacio, ¡vamos, sin alterarte!, toda esa tormenta amarilla bajo el cielo azul del verano, ¡sí, casualmente la combinación perfecta de los colores que te comprimen el aliento y te roban el sueño!, sí, suceso aquél cuyas cinco palabras básicas te deletreo, y poné suma atención porque he aquí la clave y la razón del por qué prefería yo hablarte con eufemismos, reitero, voy a deletreártelas, primera palabra: E de espeluznante, S de siniestro y A de apocalíptico; segunda palabra: T de tóxico, O de ominoso, R de repugnante, M de malhadado, E de exorbitante, N de nauseabundo y de nocivo, T de total y de tétrico y A de aciago; tercera palabra: D de desolador y E de extremo; cuarta palabra: F de fatal y de feo, I de inaudito, S de sobrecogedor, I de infernal, C de catastrófico y A de aberrante, y finalmente la quinta palabra, M de maligno, I de inicuo, E de escatológico, R de repulsivo, D de deplorable y A de absurdo, palabras todas éstas cuyas iniciales pronunciadas de corrido y escritas en negrilla y grandes caracteres, como lo demandaría tan histórica y no menos trágica ocasión, dan para pensar —y realmente no quería pronunciarlas, pues me aterra la crudeza y más aún me horroriza la procacidad— dan para pensar, decía, y sin más remedio debo decirlas ya, ¡sí!, dan para pensar en toda E-S-A T-O-R-M-E-N-T-A D-E F-Í-S-I-C-A M-I-E-R-D-A que se abatió aquel domingo sobre la cancha de La Bombonera en el funestamente célebre partido Boca vs. Mandiyú y que fue a desembocar a lo largo, a lo ancho y finalmente a las profundidades de tu laringe y de tu alma, por si acaso si la tenés, y de cuyos enormes caudales te atiborraste vos solito durante y después de aquel baile increíble del 4:0 que sufrió tu idolatrado equipo, perdiendo así el título en el juego final, como quien dice, en la puerta del horno se quemó el pan, y además ante su propia hinchada —¡hinchada, sí, hinchada también tendrás esa estéril pareja de cojones, si es que por menos te queda algo del forro y aún no se te han salido las pelotas!— y en un evento por cuya demencial causa y peor consecuencia está tu cara en esa exacta medida de estar comiendo más de eso mismo durante las 24 horas, sin siquiera llegar a decir, por ejemplo, “bueno, aquí paro, ya no puedo más, alto, ¡basta ya, no resisto!”, ¡sí!, como tampoco por nada en el mundo puedo yo resistirte a vos?, pues, ¡no hay derecho, y por lo tanto andáte al diablo, soberano imbécil!, y al menos por ese Gardel que te creés, gran cara dura, dejá de joder de esa forma y sonreíte, siquiera como se ríen las hienas, pero también mirá que hasta el propio Gardel —y aquí desde luego tampoco vamos a caer en la eterna y bizantina controversia sobre si El Morocho del Abasto fue parido en Francia o en Uruguay— andaba sonriendo con su mejor expresión de Pepsodent, no importaba que la procesión fuera por dentro, de veras, tampoco te pido que andés como todo un candidato presidencial guiñando el ojo —¡sí, claro, y eso obviamente se cae de su peso porque sin ojos es imposible guiñar!, ¿no es cierto?— ni luciendo por doquier la proliferación de caries en tus nueve muelas y la raíz del colmillo izquierdo que te dejaron la falta de correcto cepillado, el horror al odontólogo y el paso inexorable del tiempo —¡y claro, en el fondo esto no debería ser motivo para que te echés definitivamente a la pena, pues hay muchas ruinas que el mundo conoce ampliamente, y para verlas uno compra un boleto de avión y se va, por ejemplo, a Pompeya, Italia, escenario hace siglos de un terremoto y luego, por cosas de la madre Naturaleza o del destino, eso no se sabe, pero finalmente y de todas maneras por obra del volcán del Vesubio, repito, Pompeya fue escenario de una terrible tormenta amarilla que por lo menos era de lava y que terminó apagándose casualmente en las muy azules aguas del Mar Tirreno, desastre aquél ocurrido precisamente ahí nomás a unos veintitantos kilómetros de Nápoles donde vivió y jugó, vestido también de azul, aunque ese era un azul celeste, tu gran Diego Armando Maradona, quien seguramente debe conocer aquellos parajes, y sería el colmo que no!— ni muchísimo menos te exijo una sonrisa a lo Ricky Martin, ¡pero sí, gran cabrón, deberías sonreírte siquiera una vez por semana, por ejemplo los sábados, si no todo el día, lo cual sería exigirte demasiado, pero al menos sí por un ratito, ponéle por ejemplo unos quince minutos, claro está, siempre y cuando yo te vea y pueda comprobarlo!— o, ¡so plasta fermentada de inmunda rata, qué tánto trabajo te cuesta hacer de vez en cuando en ese mismo y excepcional día el esfuerzo de regalarme, incluso aún si fuera contra tu voluntad, como es seguro que sería, regalarme, digo, una mueca medio amable, así resulte fingida, aunque sea por tu propia terapia o por la más leve y aunque sea remota consideración hacia mí, que he sido siempre tu abnegada esposa, tu esclava, si no propiamente tu odalisca —que era una de las mujeres del sultán y, ¡ojo!, que en nada guarda relación con nuestro obelisco de la 9 de Julio y que para muchos es el símbolo fálico de nuestra gran capital— pero sí he sido tu silenciosa compañera en las buenas y en las malas, y ahora, si es por pena estética —¡claro que así como andás de degenerado creo que ya perdiste hasta la poca vergüenza que te quedaba, mientras la poca autoestima se te diluye entre el mugre de las patas!— entonces hacé este ejercicio con discreción o con disimulo, que es como mejor actuás, que sea donde y cuando nadie te vea si es que no querés testigos, por lo tanto apretá un poco esos putos labios de orangután como formando una U, gesto que en este caso y dadas tus desgracias odontológicas bien que mal podría ser lo más parecido a una sonrisa, ¡sí!, falsa y todo, como vos lo heredaste de tu cochina madre y de tu cerdo padre, porque es indudable que lo que se hereda no se hurta, pero mirá cómo lo hago yo, ¡así, miráme, así!, ¿viste?, ¡mirá la U!, ¿la ves?, tristemente la U de universidad, esa misma institución a la cual no te dio la gana ingresar porque siempre fuiste todo y ante todo un campeón intercontinental de la vagancia, toda una rémora, ¡por eso mirála bien!, mirá esta U, acabá de abrir esos ojotes de por sí desorbitados como de loco de atar, mirá que así las encías no se notan demasiado, mirá que es una U mayúscula casi perfecta, inténtalo y verás que ese hocico de lechón, sucio y todo como lo tenés, sí que puede dar con el propósito, y aunque al respecto no te exijo la perfección, ¡ni más faltaba, tendría yo que estar loca, y loca de remate, y si lo estoy es porque te lo debo exclusivamente a vos!, pues de todas maneras la peor diligencia es la que no se hace, ¡sí!, porque con intentarlo nada se pierde y de pronto algo se gana, así no sea el premio gordo de la Lotería Española, ¡algo es algo, peor es nada!, pensá que de todas maneras más se perdió en el Diluvio Universal, y perdoná que insista, pero, ¿sí ves la U?, es también la misma U de Ushuaia, que, por si no sabías, y no sobra decirlo, está localizada en la propia Argentina, tu avergonzada patria, y que por cierto es la ciudad localizada más al Sur del Sur del planeta, y por otra parte tendrías que ver que Dios propone “ayúdate que yo te ayudaré”!— y por lo tanto, sonreíte aunque sea los sábados, esos horribles días que con los domingos son un solo suplicio, una sola calamidad, pues andás todo el tiempo en casa alborotado como una puta gallina clueca escarbando entre la densa polvareda de esa ratonera que a lo largo de los años armaste con tus archivos de Boca, y como si eso fuera poco es terrible verte husmeando entre las polillas de tus revistas y de tus recortes y removiendo compulsivamente las cucarachas hacinadas en esos periódicos viejos, entre fotos y videos y, cuando no, jodiendo hasta el sol del lunes con tus estadísticas frente a esa computadora que a fuerza del uso, del abuso y del desaseo ya no es más que un homenaje a la negligencia y a la inmundicia—¡y a propósito de porquerías, con las toneladas de toda la basura tuya que hay para recoger en esta vivienda podríamos, por qué no, hasta contribuir a bajar la tasa de desempleo en este agobiado país, mínimo poniéndole al asunto un poco de empeño, más un gerente, un contador, una secretaria, si se quiere incluso una recepcionista y por lo menos tres camiones con sus respectivas brigadas de choferes y operarios!— y claro, porque cuando no andás en esa perniciosa faena, igual en tus días libres estás aquí metido viendo a ver cómo ingeniártelas para pintar también de azul y amarillo hasta la tubería y el cableado de la casa, y por eso los tenés como los tenés así, ¡vueltos una mierda!, por lo mismo las paredes y el techo ya semejan madrigueras, eso sí bien pintaditas de azulito y de amarillito, como no podía ser de otra manera —¡vaya, vaya redundancia la mía!, ¿o redundancia la tuya?— pero también dale gracias a la vida, y aquí no voy a hacerte un símil con la famosa canción aquella de Mercedes Sosa que precisamente lleva por título Gracias a la Vida y sobre la cual, por supuesto, no estoy de ánimo ni de tiempo para entrar en detalles, eso se sobreentiende, además porque tampoco viene al caso, pero baste y sobre con que si antes naciste por la manga de un chaleco, ¡so bastardo!, aquel domingo realmente volviste a nacer, así fuera sólo para desgracia del prójimo, entonces, en contraprestación, ¡sé sensato al menos por una vez en tu gran puta existencia!, recordá que fueron dieciocho los muertos —y aquí mucha atención, porque once de ellos, ¡oh, futbolística casualidad!, once occisos que inclusive alcanzarían para armar el equipo suplente de Boca cuando la línea titular, partida de momias, tampoco dé señales de vida, ¿no te parece que realmente es una coincidencia?, ¡sí!, que once de aquellos muertos, exactamente el sesenta y uno punto once por ciento —¡vuelve y juega el bendito número once!— de las víctimas fatales, ¡casi nada!, ¿verdad?, lo fueron por inducción al suicidio, entre ellos tu mismísimo primo y carnal, tu sempiterno cómplice y tu no sé qué más, tu entrañable Patricio Roberto Domínguez Cipoletti, El Pato, como también fueron cientos de hinchas de ambos lados y de policías los heridos graves en los motines, y muchos de ellos inclusive lisiados o mutilados o confinados en clínicas de reposo, mujeres violadas, así como decenas de chicos inocentes atropellados —¡desde luego, y particularmente en estos casos, como en la guerra o como en las peleas de marido y mujer, son siempre los pibes los mayores sacrificados!— y ni se diga sobre los más de mil arrestos y los arriba de cuarenta comercios circunvecinos arrasados, con sus respecti­vos dueños en la quiebra y con sus respectivas bandadas de empleados a la calle, todo eso y mucho, pero muchísimo más, sin contar, para no extenderme, claro está, con la posterior escalada de divorcios, de hogares rotos, de drogadicción y de delincuencia que siguieron a los disturbios, y entonces, ahora sí, y no necesitás de mucha luz, de mucho entrenamiento, de mucho espacio, ni de mucho tiempo para hacerlo, y hacélo de una buena vez, ¡pero no tardés, hijo de la grandísima perra!, mírate, hacélo por fin ante ese espejo, a solas si te parece mejor, y si te da complejo —espejo con complejo, y hasta me salió en verso— ¡qué importa!, miráte detalladamente y no de soslayo ni con la apatía con que solés hacerlo con tus deberes dentro y fuera de casa, sino observáte bien de frente, sé honesto con vos mismo, como debe ser uno en la vida, gusano inmundo, para que reflexionés, porque, mirándote objetivamente, ese apéndice que tenés por cabeza —esa enorme masa de cebo con orejas que cargás sobre los hombros— hasta ahora no te ha servido sino para atornillarte cada una de las hediondas gorras de la puta colección de tu amado Boca y ni siquiera para peinarte, porque, cómo y qué uso le vas a dar a un bendito peine —¡sí, viéndolo bien!, en tan precarias condiciones capilares, ¿para qué un peine?— si apenas sos un pedazo de alopécico, so gran cabeza-de-huevo-de-avestruz, y es entonces que para cuando tratés de pensar ya no se te hinchen las pelotas ni te salgan ampollas en el trasero, porque a falta de cerebro es adonde verdaderamente fueron a refugiarse —¡por favor, y qué refugio escogieron!— las últimas dos neuronas que sobreviven a tantas estupideces y desventuras tuyas, y también para que dejés ya de mascar ese real, figurado, virtual o imaginario chicle de mierda de tu destino y que a punta de masticarlo, masticarlo, masticarlo, masticarlo y de seguirlo masticando y masticando per sécula seculorum —¡y aquí no confundirás sécula con fécula, que es un hidrato de carbono presente en semillas, tubérculos y raíces, ni tampoco asociarás sécula con Drácula, que era un conde rumano y que pertenece a la leyenda creada por el escritor irlandés Bram Stoker, ni creerás que Drácula se trataba del mismo Dracón, nombre éste que corresponde a un legislador ateniense del siglo Séptimo antes de Cristo, y apuesto a que tampoco nada de esto lo sabías, porque nunca sabes nada de nada que valga la pena, y de paso tampoco vas a relacionar seculorum con Sekularac, quien por casualidad dizque también era una leyenda, mas no como Drácula, sino una leyenda de carne y hueso, y me refiero al tal jugador yugoslavo que, de acuerdo con nuestro siempre arrogante y monotemático vecino Slovodan Marincovic, reinó en el fútbol de los años sesenta y que según se dice fue llamado El Pelé Blanco de la época, y entonces fijáte que no todo en la historia de este deporte de pataduras y de salvajes ha sido la hegemonía de tu amado Maradona!— chicle ése de mierda, te decía, que tan sólo consigue prolongarte indefinidamente el sabor, el olor, la sensación de textura untuosa y en general el gusto y el apego por esa nefasta y tormentosa experiencia amarilla desatada aquel domingo sobre las tribunas tan copiosamente engalanadas de azul, y no obstante todo esto, y ojalá pudieras, ¡gran pegote de mocos!, ¡sí!, reitero, ojalá pudieras por fin reconocerlo expedita, concreta, sucinta, llana, directa, franca, inmediata y objetivamente, porque todo esto es sin engañarse uno, y porque esa cara, o sea esa particular expresión tuya, ¡hijo de un tren cargado con mil putas!, no se mejora así porque sí, con un simple frasquito de enjuague bucal, porque a todas luces esa patología tuya es halitosis del alma y de los sentidos, y por lo tanto es ahora cuando vos mismo deberías responderme de una vez por todas a la simple y elemental pregunta de ¿por qué hasta ahora entre vos y yo han sido tan en vano mi paciencia, mi lealtad, mis mejores intenciones, mi prudencia, mi higiene en el lenguaje, mi parquedad, mi tolerancia, mi abnegación y hasta mi silencio al respecto, y cómo tampoco aquí no funcionan ni siquiera los eufemis...?
—¡Shhhhhh...!
—¡¡¡Goooooooooooooooooooooooooooooooooooooollll..., Booooooooooocaaaaaaaaaaaaaa a aaaabrree la cueeentaaaa, señoooras y señoooreeeesss!!! ¡¡¡Seensacioonaaal, sooberbiooo, geeniiaaaal, espectaaculaaar, increíííiblee el cabezazoooo del colombiianoo Joorge Berrrmúdeeezzz...!!! ¡¡Miiiinutoo siete de la primera parteeee...!!! ¡¡¡Este hombre sí que sabe resolver las situaciones como mandan los cánones de la precisión, porque el llamado Patrón del Área es un veradero fenómeno, todo un genio para definir!!! ¡¡¡Justo, cuando viene el centro calculado del petiso Javier Solano por la izquierda, de manera clara, concisa, expedita, sin pérdida de tiempo, el capitán de Boca, va raudo, directo a su objetivo, compendiado y preciso hacia la pelota, y sin rodeos, sin vacilaciones ni subterfugios, surge por entre el enjambre de adversarios para ejecutar su maniobra de forma concreta, de frente, sin temores, sin dilaciones, sin amagos inútiles, sin hacer una jugada de más, sin ánimo de lucirse en vano, sin vaguedades!!! ¡¡¡Y usted, joven, dama, caballero, también vaya al grano, no le dé más vueltas al asunto, y por eso cuando vaya a regalar, vaya al punto exacto, vaya directo a Punto Blanco, la marca favorita de ropa interior masculina, ahora en sus nuevos y audaces diseños y en sus discretos colores cómplices!!! ¡¡¡Por lo pronto, esto aquí es la locura general, cuando estalla la apoteosis de los papelitos en toda la tribuna!!! ¡¡¡En medio del festejo, esta es una auténtica caldera humana, pero no se acaloreeee, no se compliquee la existencia, seeeeeñoooor, seeeñoooraaaa... Refréésquesee con Coocaa Cooolaaa, la chispa de la vida..!!! ¡¡Sííí, porque después de la tensión dentro y fuera del fútbol, nada mejor que una merecida pausa... una pausa con... Cooocaaaa Coolaaa, la pausa que refresca....!!!
¡Ah, la pausa que refresca, vieja! ¡Imaginándolo despacio y pensándolo a fondo, eso suena como bendito! Pero, ¿y cómo no lo había pensado antes? Escuchá lo que te digo y luego lo comentás. Oílo: La pausa que refresca… ¡Macanudo!, ¿no es cierto? ¡Vení, Juana Cristina, dejá de seguirte paseando y sentáte, pero vení! Justo ahora el turno de escuchar es para vos.
—¡Pero si al lado tuyo no he conocido más que dos verbos: escuchar y callar!
—¿Sí? Igual yo ahora, cuando no he hecho otra cosa que escucharte y que callar. ¡Estamos a mano! No negués, entonces, que esta noche ha sido exactamente a la inversa.
—¡A lo mejor será porque esta misma noche el mundo se va acabar!
—¡Escúchame! Sobre todo porque amo lo que amo, ese imposible que ha sido la paz entre estas cuatro paredes, ahora mismo, pensándolo bien, estoy seguro de que, en últimas, lo nuestro sí tiene solución.
—¿“Solución”, decís?
—Por cierto, una solución pronta, suficiente, feliz...
—¿“Solución pronta”? ¿Y eso qué tánto?
—Bueno, vieja, podríamos empezar a contar los minutos.
—Y eso de “suficiente”, ¿cómo se mide?
—Para eso habría que ingeniarse el aparato, ¿no? Pero ya de eso dará fe la Historia.
—¿Y lo “feliz”? Hombre, eso sí que es bastante relativo, ¿verdad?
—Para poder experimentar el tan discutido concepto de la felicidad, antes que todo vos debés estar en tu santa paz...
—¿Yo? ¿Yo en santa paz? ¿Ah, sí?
—¡Sí, vos, Juana Cristina, vos!
—¿Y por qué yo, viejo?
—¿Cómo que por qué?
—¿Y vos por qué no, Juan Carlos?
—¿Yo?
—¡Sí, vos también debes comprometerte con la paz! ¿O qué? ¿La ley del embudo?
—¡Ah, qué te digo, mujer! Sí, bueno, yo en la mía. En fin, como se te antoje. Pero, la paz. ¡La paz ante todo! ¿Sí?
—¡Ah, bueno, ese es otro cantar! Porque, como la guerra, la paz y el amor se hacen entre dos, ¿no es cierto?
—¡Por lo mismo, querida! La paz, al precio que sea. Pero una paz radical. Ese sería el punto de partida, Juana C. Incluso, ¿por qué no también el de punto de llegada? Y si lo ves de una manera pronta, práctica y eficaz para ambos, creo que ya es tiempo de ponerle fin a nuestras diferencias. Por lo mismo ahora me atrae eso tan simple y a la vez tan profundo de la pausa que refresca.
—¿Será posible que estés hablando tan bien, salvo que yo esté escuchando tan mal?
—¡No, no te equivocás! Quizá te sorprenda o te parezca extravagante. Pero es en este preciso momento cuando vengo a entender y apreciar cómo eso de la pausa que refresca, tal y como suena, encierra como la idea general para resolver nuestro asunto. Inclusive, ¿ y por qué no?, ese podría ser el nombre de un proyecto bien ambicioso. Además, como punto de referencia, como objetivo, me parece algo tan... ¡tan oportuno, tan práctico, tan emotivo y la vez tan racional!
—¿Racional?
—¡Ni te imaginás, Juana C!
—¿Y en eso tan poco encontrás motivo para elucubrar tánto?
—¡Al contrario, eso que considerás tan poco es de lo más elucubrado que hay! Imagináte, ¡si fue inspirado por los creativos del refresco más vendido en el mundo! Por lo mismo, y para el caso nuestro, buscándole el filón al asunto, analizándolo bien, ¡es algo tan atractivo, tan digno de emular, tan imprescindible, y por algo tan famoso y tan aceptado por las últimas generaciones en el mundo: La pausa que refresca!
—¿Y por qué esa idea tan repentina?
—¿Sabés? ¡Ni tan repentina! A lo mejor se me aceleró, precisamente por las circunstancias de esta noche. ¡En fin, son reflexiones, querida, reflexiones de última hora! Pensálo bien: ¡Nunca es tarde...!
—¡Juan Carlos: vos reflexionando a estas alturas de la vida! La verdad, presiento como si el fin del mundo se acercara.
—Ya te digo: Nunca es tarde para mejorar el acontecer. Nuestro acontecer.
—Pero, seria y objetivamente hablando, Juan Carlos Cipoletti, ¿sí creés que sea posible hallarle una solución a lo nuestro, después de tántos años?
—¡Cómo es la vida, mujer!
—¿Cómo?
—¡Tántos años juntos, querida, y yo jamás me había detenido en un asunto aparentemente tan trillado y tan baladí como el que pudiera desprenderse de la pausa que refresca!
—¡Según eso, en la fórmula de la Coca Cola está la fórmula de la felicidad! ¡O la chispa de la vida, qué sé yo!
—¡Obviamente, esto no es para que de ahora en adelante vayás a reventarte a punta de gaseosa! ¡Claro que no! Pero poniéndole a esto un poco de creatividad y otro de riesgo, creo que llevando a la práctica el espíritu de ese mensaje hay posibilidades de alcanzar si no la felicidad, por lo menos la tranquilidad. Lo cual de todas formas sería ganancia. ¡Sí, la pausa que refresca! La verdad, en este preciso instante estoy descubriendo que de algo aparentemente tan simple puede salir algo bien trascendental.
—¿Sí? ¡Pues no le veo la trascendencia!
—¡Por supuesto que sí! Escuchándolo bien, asociándolo a la vida, dura como es, finalmente se le despiertan a uno los ímpetus como de una pausa de vida que verdaderamente lo refresque y que además sea definitiva. Después de tántos avatares, de tántas afugias, ahora mismo esto es, ¡qué te digo!, como un impulso —desaforado, loco, efervescente, indefinible, no sé— un algo por hallar un remanso de paz, un estado de plenitud... ¡Y no es para encontrarlo el otro mes, ni para el año entrante!
—¿Y entonces cuándo?
—¡Esta misma noche!, ¿por qué no? ¡Ya mismo, si querés!
—¿Y ahora qué proponés?
—Vamos por partes. Aunque pese a todo ahora mismo me siento ya bastante sosegado, de todas formas percibo algo así como la presión interior, como la urgencia de una brisa nueva, como la necesidad de una especie de... ¡eso, eso!
—¿Eso qué?
—¡Eso! ¿Habés visto, vieja, aquellos comerciales medio surrealistas de unas pastillas mentoladas, que al probarlas de súbito te agarra un viento fuertemente relajante, fresco, acariciador, que te abraza y te cambia la existencia y te transporta como a otra dimensión? ¡Bárbaro, esta percepción es algo semejante! Sí, porque esto que intuyo y que me arrebata, es finalmente como la premura por un segundo aire en la vida, como...
—¡Che, sigo sin entender! ¿Como qué?
—¡Bueno, como un relámpago, algo así, algo repentino! Mujer: Así como es difícil de entenderlo, tampoco es fácil definirlo. Diciéndolo de otra manera, esto que aquí y ahora me acontece es, ¿cómo trato de explicártelo?, como la certidumbre o la inminencia de poder cerrar los ojos y flotar entre las nubes...
—¡Nefelibata!
—¿Eufe...libata?
—¡Con razón, viejo, definitivamente, vos sí nunca bajaste de ser un nefelibata!
—¿Y ahora de qué me acusás?
—¡De nada, simplemente que sos el clásico nefelibata!
—Mujer, ¿otra vez con tus palabras de crucigrama?
—A ver...
—¿A ver, qué?
—¡Un momento, hombre insensato...!
—¿Qué buscás?
—Mis gafas.
—Ahí, a tu izquierda.
—¿Dónde?
—Sobre la mesita del centro.
—Ya...
—¿Y ahora qué?
—¿Qué de qué? ¡Esperáte, che, y no acosés!
—¿Otra vez el directorio, mujer?
—¡El diccionario!
—¡Eso, el diccionario!
—Sí. Para matarte la duda.
—Sin duda, hoy no tengo ninguna duda.
—Página... página...
—¡Leé, querida, leé!
—¡Ya te dije, no acosés! Página, página...
—¡Dale, Juana C, dale!
—Página, página... ¡Sí, aquí, aquí... 1432!
—¡Pero leé, que me estás impacientando!
—Y textualmente.
—¡Ajá!
—Y después me lo negás, che, ¿sí?
—¡Ajá, sí!
—Oílo bien, oí, querido.
—Te escucho.
—“Nefelibata: ...”
—¿Nefe... qué?
—“Nefelibata: Dícho de una persona: Soñadora, que anda por las nubes”.
—No conocía esa palabra. Pero, Juana Cristina, ¿quién no lo ha sido alguna vez en la vida?
—¡Ah, no, yo no!
—¡Ah!, ¿sí? ¿Lo jurás?
—Mmm..., che. ¡Miento, sí: antes de casarme!
—Y mientras salimos de la página 1432, insisto, entre otras cosas, Juana Cristina, esto que hoy me ocurre es al mismo tiempo como el ansia por recuperar la esperanza de volver a sonreír, como la gana de volver por fin a respirar el oxígeno agotado dentro del espacio perdido, como imaginarse uno caminando en la ingravidez, como estar dispuesto a no volver la vista atrás...
—¡Delirios! ¡Sí, estás delirando! ¿No tenés fiebre? ¿O será talvez que vas a levitar? ¡Qué barbaridad! ¡Entonces, levitá!
—¡Va en serio, Juana C, son tántas sensaciones en una sola! Presiento que esto, en este instante, es como volver a soñar con despertarse para contemplar el cielo limpio y poder disfrutar de un silencio único, estable, infinito... ¡Qué sé yo, como el ansia por un nuevo amanecer, como de ingresar en una Nueva Era, pero así, con mayúsculas!
—¡Valiente gracia, hombre! Entre venderle el alma a esos iluminados de la Nueva Era, que son toda una caterva de explotadores, y entregarla a tu adorado Boca, mejor cancelá tus propósitos de enmienda y más bien seguí viviendo la vida en azul y amarillo. ¿Te imaginás ese coctel molotov en tus neuronas?
—¡No, mujer, no he terminado!
—¡De Guatemala a Guatepeor!
—¡Por favor, Juana C, ahora mismo tendrías que estar en mis zapatos!
—¡O en tus gran cochinos botines de fútbol!
—¡O si querés en estas pantuflas, vieja, da igual! Pero sólo así comprenderías que esta súbita sensación de cambio que ahora mismo me invade, me domina, me arrastra, es una fuerza alucinante, una emoción presurosa, sobrecogedora, que me seduce, que me induce a comenzar de cero la vida... ¡No sé!
—¡Yo sí sé qué es mucho más sobrecogedor que eso!
—¿Cómo qué, vieja?
—¿Cómo qué? Pues, como verte cruzados los cables de la razón y saberlos a punto de un cortocircuito. ¡Eso sí conmueve a cualquiera!
—Querida, todavía no alcanzás a comprender bien la verdadera dimensión de todo esto. Lo que sobre todo estoy experimentando en este trance es como cierta propensión o cierta tendencia a ver o a estar en algo así como frente a un camposanto, pero al mismo tiempo como en una circunstancia feliz, imperturbable, permanente, definitiva...! ¿Seguro, no te conmueve para nada la fuerza de ese mensaje? ¡Ah, la pausa que refresca!
—¡La verdad, nada! Es simplemente como oír llover cuando llueve a cántaros. ¿La pausa que refresca? ¡No, hombre, pero si es un eslogan más! Francamente, no le veo ningún sentido.
—¡Yo sí, y no sé por qué fue apenas esta noche!
—¡Y mucho menos lo sabré yo, che!
—O talvez esto lo tenía guardado en mi subconsciente. A lo mejor se trata de un mensaje subliminal que a fuerza de repetirse y repetirse a lo largo de los años, está por cumplir su cometido. Desde luego, esta motivación debió haber ocurrido desde hace mucho tiempo atrás.
—Ahora no vas a confundir lo obvio con lo factible.
—No, Juana C, pero pensándolo con cabeza fría, sí creo que nos habríamos evitado un millón de contratiempos, de malos entendidos, de involucrar a más familia... Precisamente en aras de eso, que para la posteridad bien podría llamarse la pausa que refresca, voy a rogarte un grandísimo favor.
—¿Ah, sí? ¡Tu cojín favorito, la bandera, la trompeta, la gorra, el silbato, la camiseta, el bombo, otro mate bien calentito...! ¿Más? ¿Y ahora qué pretendés?
—Para poder continuar, Juana C, te aseguro que esta será la última vez que te exaltás. ¡La última! Es más: En garantía, voy a marcarlo aquí en el almanaque.
—¡Entonces, que sea diciendo y haciendo!
—Diciendo y haciendo, esto va siendo. ¿Un bolígrafo?
—Ahí, sobre la mesita del teléfono.
—¿A cómo estamos hoy, mujer?
—A Octubre 13. Viernes.

—¿Segura?
—¡Claro, si ayer fue jueves 12, el cumpleaños de mamá!
—Todo esto, poné atención, Juana C, es para que después no se diga que esta fecha no quedó debidamente escrita.
—Inclusive, y aunque no lo queramos, no lo sepamos o tampoco lo hagamos de nuestro puño y letra, lo escrito, escrito está.
—¡Diste en el clavo! Y si vas a hacerme el favor que voy a pedirte —o si vamos a hacernos ese gran favor— primero que todo o antes que nada, Juana Cristina, superá el enojo. Calmáte. Sobre todo, cambiá cierta expresión ceñuda y áspera que tenés. O como vos misma decías hace media hora: ¡Esa cara de tener mal aliento!
—S-ssí... Trataré. ¡Y vos también poné de tu parte y dejá finalmente de mirarme con esa mirada!
—¿No creés que ya es suficiente tiempo en éstas? ¡Fijáte que ahora me estás reclamando también por la forma de mirarte!
—¡Por supuesto, che, y de qué singular manera!
—Ahora me pregunto, Juana Cristina: ¿Para qué y hasta cuándo seguir peleándonos como gatos y perros? Me desgasto, te desgastás, desgastamos a otros, nos hacemos la vida cada vez más imposible... En fin, todo cuanto dijiste hace un rato... Sí, lo reconozco. En eso hay verdades. ¿O querés que te lo implore?
—¿Sabés? No es necesario que me implorés nada.
—¿Y entonces, Juana C?
—No. Más bien espero que al fin, después de tántos años, por fin te reencontrés con vos mismo, podás reconocer ciertas cosas tuyas tal como son, le bajés el tono, la manera y el alcance a tus exigencias y sobre todo hagás el deber de mejorar ciertos rasgos de tu carácter. No espero de vos todo un acto de contrición, pero, viejo, ¡si la paz no tiene precio!
—¡Hoy es lindo, mujer! Sobre todo, mirá que es la primera vez que hablamos sobre buscar una solución acorde con ciertos problemas de esta casa. Si lo analizás con detenimiento, exclusivamente la paz, exclusivamente el dinero, exclusivamente el amor ni exclusivamente nada en la vida traen exclusivamente la felicidad, pero al menos sí le abren la puerta, le dan una chance...
—¡Hombre, es así como debiste haber pensado desde hace mucho, pero mucho rato! Sin embargo, ¿por qué tardaste tánto en reaccionar? Sí, bueno, después de todo, eso no debería preguntártelo, pero, ¡de veras, nos habríamos ahorrado todos los problemas del mundo! Ya por lo menos me decís que estás empezando a vislumbrar un nuevo horizonte, una luz, un cambio decisivo. ¡Ojalá y te durara este empeño! Mirá que todo en la vida es cuestión de hacerse propósitos y de fijarse plazos, ¿verdad?
—¡Juana C, diste en el punto verdaderamente clave: cuestión de propósitos y de plazos!
—Ya que lo decís, esos dos asuntos van de la mano. Querido, porque un propósito sin plazo es como un cheque sin fondos.
—Siendo así, mujer, hacéme el favor que voy a pedirte, y lo juro que no volverás a quejarte de mí nunca más.
—¿Y a la larga, ese nunca no es otra de tus manidas promesas?
—¡No es a la larga, Juana Cristina, es a la corta, y si querés, a la cortísima! Y así como lo oís: ¡nunca más voy a darte motivo de queja alguna! Ni grande ni pequeña.
—Pero, nunca es lo que habés dicho siempre.
—¡Sí, pero hoy más que nunca, ese nunca va a ser como debe ser! Para siempre.
—¿Y cómo creés que debe ser?
—En este estricto sentido, como una tregua feliz y definitiva. Ahora trato de asimilarlo como a un nuevo despertar dentro de un estado inalterable de cosas. Si lo analizás bien, hasta cierto punto siempre y nunca son palabras hasta similares. Son como hermanastras.
—Juanca, ¡si todo esto que prometés se cumpliera...!
—¡Que se cumple, se cumple!
—...y condujera a que en esta casa por fin reine la paz, pues...
—¿Pues, qué, vieja?
—Pues...
—¡Decílo, mujer, atrévete a decirlo!
—Pues, sí...
—¿Sí qué? ¡Hablá, hablá, no te quedés ahí!
—Pues sí, viejo, yo también haría hasta lo imposible por alcanzar ese objetivo común. ¡Sí, la paz, una paz duradera!
—¡La paz, la paz, la paz! Y no una paz duradera, sino definitiva. Eso me suena mejor. ¿De veras, mujer, tánta disposición tenés?
—Sí. Y a propósito de todo esto, Juanca, así como ahora mismo quisiera estar segura de que durante todos estos años me dijiste todo lo que no querías decirme, también quiero estar arrepentida porque yo tampoco hubiera querido decirte todo lo que te dije esta noche.
—Precisamente, gracias a la forma como ya decís lo que me decís, mirá cuántos motivos más tengo aún para decirte lo que ahora estoy diciéndote. ¿Te das cuenta?
—¿De qué, viejo?
—¡Pues, mujer, de la importancia de la reciprocidad que debe reinar entre nosotros! Porque así, yéndonos por el camino de las buenas, ya sea corto como de aquí al cuarto de ropas o ya sea largo como de aquí hasta la Eternidad, lo que verdaderamente cuenta esta noche es poder coincidir hasta cuando la muerte nos separe.
—¡Y no lo digo porque así lo hubiera dicho el sacerdote cuando nos casó! ¿No lo creés así?
—Bueno, y así como saber que me llamo Juan Carlos Cipoletti Giménez, te aseguro, por ejemplo, que desde mañana sábado ya no tendrás más que madrugar a preparar el desayuno.
—Che, ¿y quién me lo garantiza?
—Los hechos. Los hechos mismos. Esto es con resultados a la vista. Así que, desde muy temprano, estarás absolutamente quieta. Ya te veo reposando lo que no has reposado nunca.
—¡No, utopías no! Eso sería tanto como imaginarme que esta noche te acostás como fana de Boca y que desde mañana a las seis, con el timbre del despertador, amanecerás hincha de River.
—¡Esa sí es una tremenda utopía, vieja! Esto no. Por ejemplo, mañana mismo, a la hora del desayuno, vas a estar tranquilamente acostada y no moverás ni un solo dedo. De eso no cabe la menor duda.
—¡Sí, pero de ese talante fueron casi todas tus promesas de novio!
—No, hoy es igual, pero a la vez distinto. ¡Yo sé cómo te lo digo! Terminá el mate, ¿sí? Y ahora, sin hacer ruido, y como dicen por ahí, ¡luces, cámara..., acción!
—¡Bueno, don Francis Ford Coppola, que así sea! Bien me conocés: por las malas no voy a ninguna parte. ¡Ni al Cielo!
—¡Quince años son quince años, mujer! De hecho, sé muy bien que por las buenas...
—¡Ajá! ¡Voy hasta el Infierno si es necesario!
—¿Y no vas a terminar el mate?
— No. Mirá que se enfrió. Gracias. Pero sobre todo, más te agradeceré que dejés por fin de mirarme como me habés estado mirando con ciertos ojos toda la noche.
—¿Y cómo?
—¡Como si yo fuera un ser que pertenece más al otro mundo que a este! Además, por mucho que trato de entender tu propósito y tu entusiasmo por cambiar radicalmente las cosas, no logro descifrar ese brillo tan extraño en las pupilas.
—¡Bah! Será por la importancia de la ocasión. Esto no tiene segunda vez.
—¡Es que ni parpadeás!
—Natural, Juana C. ¡Te miro nomás!
—¿Y eso es mirarme natural?
—Naturalmente.
—¡Muy en serio! Antes que mirarme, más bien parece que me sentenciaras. Y para colmo, me inquieta mucho eso de la...
—¿De la pausa que refresca?
—No. Eso de la Nueva Era.
—¿Sabés una cosa, querida?
—¿Sí?
—Cuando te dije Nueva Era, con mayúsculas, era sólo para resaltar la importancia histórica de este corte de cuentas en nuestra vida de pareja. ¡Claro que las cosas importantes siempre van con mayúsculas!
—¡Dios te oiga!
—¿Sí me oirá, mujer?
—¡Nada se pierde con desearlo! Y en cambio sí ayuda emocional y sicológicamente a que de aquí en adelante esta realidad cambie y se ajuste en todo su rigor a tus nuevos propósitos. ¡Como esa misma paz que decís proponerte desde esta misma noche!
—¡La verdad, Dios también te oiga, Juana Cristina, pero bajá la voz! Por lo demás, olvidáte de la existencia de cualquier vínculo místico o de algo que se te parezca. Mejor pensá en eso de la pausa que refresca. ¡Ponéle un poco de filosofía y verás que es bien tonificante!
—¡Hombre, trato de entenderlo! Pero, aún así, la sola denominación de la Nueva Era, aunque fuera con minúsculas, me produce cierto escalofrío. Suena como apocalíptica. Mirá: se me eriza la piel.
—Vieja, ¿o no será que vos andás tan susceptible sobre todo porque hoy es día 13?
—¡De veras, no había caído en cuenta!
—¡Mujer, y para más señas, Viernes 13!
—¡Viéndolo bien, la verdad, sí!
—¡Viernes y 13, sí señora...!
—Por cierto, Juanca, para mí el 13 fue siempre un número impredecible. No sé por qué.
—“¡Sooorpreeesas te da la vida, la vida te da soorpreeesas!”. ¿Te acordás, Juana C?
—¡Claro: Willy Colón!
—¡Ajá! Lo bailábamos de novios.
—Fijáte, che: Con todo y lo que ha pasado entre nosotros, finalmente no guardo rencores. Y como no todos los seres humanos somos iguales, yo sé que a vos, como típico Escorpión, te cuesta un poco más de la cuenta hacer lo mismo.
—¡Temperamentos, Juana Cristina, temperamentos!
—En cambio a las del signo Libra nos caracteriza que cuando explotamos, sí que explotamos, pero con una ventaja: que al liberar todas las cargas negativas, volvemos a ser ecuánimes y tolerantes como nadie. Incluso, a veces somos demasiado crédulas y hasta tontas.
—En fin, con lo que espero de esta noche, vieja, puedo asegurarte que la de hoy fue tu última explosión. ¡La última!
—Tus buenas razones tendrás para saberlo, ¿no es cierto?
—¡Y no te equivocás ni en una coma, Juana Cristina!
—Y sobre todo cuando me decís que ya no tendré más de tus motivos.
—En verdad, vieja, hoy más que nunca he tenido más motivos para que ya no tengás más motivos míos. ¡Jamás de los jamases!
—¡Santo Dios! Entonces, Juanca, que sea éste un buen motivo para celebrar!
—A propósito, y si apenas fue sólo por ofrecérmela, ya no importa, mujer, pero esta ocasión merece la botella del amarillo de blue label. Además, para cerrar con broche de oro, ¡creo que hoy Boca saca los tres puntos!
—Con todo y a pesar de Boca, dejemos que así sea. Y como de costumbre, la celebración te la dejo a vos. Además, tengo que estar de pie muy temprano...
—Pero, querida: Te repito que esta vez no vas a tener que adelantarte al Sol. Ya te dije: Cuando amanezca el día, no moverás ni un solo dedo. ¡Ni el meñique! Créeme: ¡Esto, sobre todo, es ahora o nunca!
—Por ahora me imagino que tu celebración será necesariamente al cabo del juego.
—Si me atengo a lo que habés dicho esta noche, ya no quiero más festejos adelantados. Porque esto de ponerse uno a celebrar es, sobre todo, ¡con los resultados en la mano!
—Y ahora, también como siempre y después de todo lo que sucede, no importa qué ni cómo, ya podrás darte cuenta que por sobre todo soy toda oídos.
—¡Ni más faltaba, por supuesto que te creo!
—Todo gracias a que las de Libra somos de las más intuitivas del zodiaco, sobre todo ahora voy a hacer una excepción. Y es porque a pesar de la manera de tu mirada, que no deja de inquietarme —y además ha pasado mucho tiempo sin que me miraras de ninguna forma, aparentemente porque yo era invisible para vos— esta noche por fin quiero volver a creerte. Y no únicamente por la llegada de cierta paz, la nuestra, sino a partir de ella también por la convivencia de toda la familia. ¿Y por qué no hasta hacer las paces con el mismo vecindario?
—¿De veras, estás dimensionando la verdadera importancia de esa paz que necesitamos? ¿Sí te parece, Juana C?
—Sí. En realidad, ya va siendo hora.
—Ya va siendo hora..., ¡macanudo, querida!
—¡De veras, Juan Carlos! Ya no le demos más largas a este asunto.
—¡Bárbaro! Pero si vos misma lo estás diciendo: ‘Ya no le demos más largas a este asunto’. En consecuencia —y al respecto no vas a preguntarme nada de nada en este preciso instante, ni vamos a discutirlo porque se despertarían los vecinos— necesito por sobre todo que vos, muy diligente y muy discretamente, me hagás cierto favor...
—¿Favor? ¿Cuál?
—¡Querida!, ¿pusiste atención a lo que acabo de pedirte cuando te dije “y no vas a preguntarme nada de nada”?
—¡Ah, sí, sí, por supuesto!
—Entonces, ese habrá sido, y para llamarlo de alguna manera, un penúltimo favor, ¿estamos?
—¡Estamos!
—Así que el último, verdadero y definitivo favor que ahora te pido en aras de esta Nueva Era cuyo sentido está suficientemente explícito —entonces no temás— y de la pausa que refresca —tampoco vas a reírte— consiste en que vayás ahora mismo hasta el cuarto de atrás y saqués toda, pero absolutamente toda la ropa que haya en la lavadora.
—¿La lavadora, decís?
—¡Tal como lo oíste, Juana C! Pero dejále el agua como está, justo en el tope. ¡No quiero que la desocupés!
—¿Al tope? ¿Y eso a qué viene?
—Que viene, viene.
—¿Y a estas horas?
—¡Qué carajos importa la hora, mujer! Digamos que la ropa sucia se lava en casa.
—Eso lo entiendo. Pero, ¿por qué a estas horas de la noche?
—¡Bajá la voz!, ¿querés?
—¡No, no la quiero bajar!
—Sobre todo, insisto, Juana C, quedamos en que no habría preguntas ni discusiones al respecto y que por sobre todo eras sólo oídos, ¿sí?
—Bien, sigo siendo sólo oídos. Hasta ahí vamos bien, che. Pero lo que no entiendo...
—Ya lo entenderás, mujer. ¡Ah, y aseguráte que todas las ventanas estén bien cerradas! De veras, no sea que se despierte el vecindario y no quiero problemas con la policía. Vos sabes...
—¿Sí? ¡Vaya contradicción la tuya! ¡Que no se despierte el vecindario, pero al mismo tiempo le subís todo el volumen al equipo de sonido y a la tele? ¿Ah?
—¡Shhhh! Sin gritar, ¿sí?.¡Recordá, mujer, que si verdaderamente sos sólo oídos, ya no hay pregunta ni pero que valgan!
—¡Un momento, pero antes explicáme...!
—¡No, no hay más explicaciones!
—Esto ya no me está gustando.
—¡Más bien, vamos, mujer, deprisa, andando, para el patio de ropas!
—¿Y eso?
—Te he dicho mil veces que no preguntes más.
—¿Al patio de ropas a estas horas de la noche?
—¡Ajá!.
—¿Y eso a qué?
—Reitero: prometiste que no ibas a hacer más preguntas.
—¡No me vas a salir ahora con que voy a ponerme a lavar tu cochina camiseta de Boca!
—No te preocupés. En lo sucesivo lo haré yo.
—¡Ojalá, pero no es como para que me empujés de esa manera, ni para que te pongás así de agresivo! ¿O acaso qué me habías prometido hace un rato?
—¡Esto es ahora o nunca!
—¿Y ahora es qué?
—¡Shhh, ahora es ahora! Las once y media de la noche.
—¿Y entonces qué se supone que debo hacer a las once y media de la noche?
—Pasar allá. ¡Pasá nomás, pasá!, ¿querés?
—¿Y si no?
—¡No me hagás usar la fuerza! ¡Pasá, te dije!
—¿De veras? ¡Cómo así que pasá!
—¡Shhhh! ¡Y ahora, ahora mismo, meté ahí la cabeza!
—¡Qué estás diciendo, gran pelotudo!
—¡Eso mismo!
—¡Atorrante! ¿Qué mi cabeza en la lavad...? ¿Es un chiste?
—No estoy para bromas.
—¿Y por qué no la cabeza tuya?
—¡Ah, no, primero las damas!
—¡Más bien ensayá vos y de paso te lavás las cucarachas del cerebro!
—¡Te dije que metieras la cabeza!,
—Pero, ¿insistís en bromear?
—¡Metéla, te digo que la metás!
—Pero, che, acaso qué te proponés hacer conmig...?
—¡Pero… nada, mujer de los demonios!
—¿Cómo que nad..?
—¡Sos sólo oídos!, ¿verdad?
—¡Qué oídos ni qué carajo! ¿Te estás vol-volviendo loc...?
—¡Descubrís el agua tibia! ¡Si loco me volviste hace mucho tiempo con tus sermones!
—Pues, ¡loco de mierd…!
—¡De mierda y todo lo que se te antoje, pero de vez en cuando a los locos hay que creerles! Nunca se sabe…
—¿Creerles? ¿Cómo a tus malditas promesas?
—¿Y acaso no te prometí que, por fin, desde mañana mismo no ibas a volver a mover ni un dedo? ¿No era eso lo que estabas buscando?
—¡Dijimos: la paz!, ¿no?
—¡Eso mismo, vieja: la paz!
—¿Y aún tenés el descaro de hablar de paz?
—¡Y para siempre!
—¡Sí, pero no a costillas mías! ¡Esa no fue la promesa!
—¡Ah, y de qué manera voy a cumplírtela! ¡Así que vamos, pero hasta el fondo...!
—¡Solt...! ¡Soltáme, que me hacés daño, gran cret...!
—¡Shhhht...!
—¡Gran cretino, cobarde! ¡Asesinooooo!
—¡Shttt! ¡Calláte! ¡Que te callés o te callo, vieja atorrante!
—Pero, ¿cómo así que sos capaz de ahog...? ¡Hijo de put...!
—¡Shhhhtt!
—¡Auxil...!
—¡Shhhhhhhhtttt!
—Augg...!
—¡Shhhttttttttt!
—¡A...!
—¡Shhhhhhhhhhhtttt!
—...
—¡Palermo, Palermo, Palermo...! ¡Atención, amigos de la audiencia, se viene el goleador Palermo, tiene el campo a su mandar, nadie a la vista, libre, solito, momento único, culminante, Martín Palermo tiene todo a su favor, va a definir, se levanta la tribuna, contundente, inatajable, el matador prepara la estocada..!. ¡Ahí viene el verdugo...! El arquero está solo contra el mundo... ¡Nada que hacer, señores! ¡Y gol! ¡Goooooooooooool de Boca, señores! ¡Gooooooooooool! ¡Es la venganza del matador! ¡Y ahora se desata una tempestad de miles de papelitos que cubren el firmamento en la noche boquense! ¡Gooooooooooooool...! ¡Increíble cómo cambia la vida en un instante, en un suspiro...! ¡Ah, pero es viernes 13, amigos! ¡Goooooooooool! ¡Gooooool de Bocaaaaa!
—¡Goool! ¡Goooool!, ¡Goooooooool! ¡Goooooooooooooooooooool!...

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