miércoles, 19 de diciembre de 2007

Gajes de un reportero en Año Nuevo

Enero 1º. de 1980. En una de las proverbiales sequías noticiosas del despertar del año, pero también bajo los efectos de una resaca de fuerte connotación eléctrica cuyas descargas sobre el hipotálamo descendían hasta los pies al punto y ritmo de lancetazos —lastre de por lo menos seis semanas de intensa bohemia— el reportero O. W. retornaba a hurtadillas a su puesto en la Sección Judicial de El Tiempo hacia las 8:30 p.m., hora que en días tan lánguidos informativamente equivalía a la media noche de una jornada habitual.

A merced de semejante tempestad en los sentidos, vano resultó el sigilo, pues más pronto que tarde el Jefe de Redacción nocturno lo sorprendería para exigirle con voz perentoria la elaboración de una noticia. En esta excepcional ocasión, inclusive “de una noticia cualquiera”, sin la cual el cierre de la edición resultaba materialmente imposible. Con ese faltante y cuando en tamaña veda informativa aún hasta la frenada de una bicicleta podría prestar mérito para su publicación, a estas alturas de la jornada el reto del periodista consistía en llenar a la velocidad del rayo el cuarto de página pendiente en la Sección Judicial.

En blanco la cuartilla y más aún la inspiración para sortear el desafío, el rastreo del periodista había pasado igualmente en blanco ante la ausencia de sus fuentes habituales en el siempre agitado medio judicial. Los temas recurrentes de su sección —orden público, hechos de narcotráfico, accidentes de tránsito y casos de baranda— aparentemente habían batido un récord de tranquilidad digno de algún monasterio en el Tibet.

“Por elemental lógica, si no ocurrió nada”— sería en circunstancias cotidianas el argumento natural del periodista— “pues, simplemente, no hay nada que decir”. Sin embargo, contra esa lógica no procedían excusas ni apelaciones, pues lo irremediablemente lógico de aquella situación era completar lo más pronto posible la página de marras.

Al menos a golpe de vista y según el recorrido de O. W. a través de solitarios despachos de Policía, comisarías, Medicina Legal, hospitales y estaciones de bomberos, durante la jornada no había caído un solo gramo de droga, como tampoco se había registrado ningún parte sobre riñas, ni de quemados con pólvora, ni la fuga de un preso, ni sobre accidentes de tránsito, ni escaramuzas de orden público. Incluso, ni siquiera habían sido reportados suicidios, tan proclives en la despedida del año.

Planteadas así las cosas, la aparente imperturbabilidad que supuestamente habían ganado seis millones de habitantes en las últimas 24 horas, de manera paradójica aquí la padecía uno de ellos al enfrentarse a las peores consecuencias por el retraso en la edición. Para colmo, y como es característico de la temporada postnavideña, mientras el espacio disponible para las noticias suele ser generoso, la pauta publicitaria es inversamente proporcional.

En últimas, cuanto aquí dictaría el sentido periodístico sería exaltar el significado de un día sin occisos ni heridos en una urbe con índices de violencia y mortalidad tan extremos como los de Bogotá. Por lo tanto, el tema merecería teclearse en algo más de tres cuartillas. Entonces, el mérito del acertijo consistía en sustentar tan sorprendente estado de cosas. Sin embargo —gajes del receso burocrático del comienzo de año— las fuentes de información que acreditaran tan positivo balance no habían aparecido por ningún lado.

Visto el asunto con natural suspicacia, pero también con sentido periodístico, también podría ocurrir que realmente sí se hubiesen registrado hechos noticiosos dignos de ser contados. Empero, en cuanto una cosa podría ser la percepción subjetiva de un día insólitamente apacible y muy otra la ausencia de autoridades para certificarlo, la sensación de tanta tranquilidad en una metrópoli tan violenta bien pudiera resultar un espejismo.

Sobre las 9:30, entre la angustia y el enojo, el Jefe de Redacción de la noche, el responsable del Departamento de Armada y el de la rotativa completaban casi una hora apostados en torno de O. W. en función de aguijonearlo y de reiterarle que por causa de su demora en la entrega del material periodístico, ese gigante de la información —esa especie de Wall Street del acontecer noticioso que es El Tiempo— se mantenía peligrosamente paralizado por un asunto de apariencia relativamente nimia.

Nervioso compulsivo, el reportero apenas lanzaba denuestos contra su suerte, mientras a dos manos se arrancaba jirones de su prolijamente acicalado cabello de plata. Al mismo tiempo, a sus pies la papelera con cuartillas escritas apenas de a media línea, que pronto quedaban reducidas a pelotitas, ya no daba abasto. De veras, ¿qué decir ahora mismo cuando en esencia no había nada que decir, pero cuando, por razones de fuerza mayor y además con el reloj en contra, había que decir siquiera un poco de algo?

Con el agravante de tres recientes amonestaciones de la Oficina de Personal y el preaviso de ser despedido en caso de reincidencia, ahora el protagonista de esta historia se debatía entre la ofuscación y la osadía, la certidumbre y la imaginación, el rigor y la informalidad, la precisión y la vaguedad, entre la aventura y el compromiso, pero sobre todo entre la espada de lo jurídico y la pared de la ética periodística.

El desafío para O. W. consistía, pues, en salir airoso en el manejo de la poco ortodoxa fórmula realidad-fantasía, lo cual implicaba mantenerse en un punto equidistante entre verdad y especulación, pero siempre en la medida en que su relato resultara lo más verosímil posible, que no fuera a ser desmentido y —por si fuera poco— que alcanzara para satisfacer el espacio del cuarto de página en espera. En rigor de aquella época periodística, una eventual desproporción en la mezcla de los ingredientes no sólo podría acarrearle —ahora sí— la pérdida del empleo, sino exponerlo al escarnio público, e incluso a enfrentar conflictos con la Ley.

Frente a lo inexorable —el preaviso, la resaca, la escasez de tiempo, la abundancia de espacio y la carencia de materia prima— unas sesenta bolitas de papel más tarde la máquina de escribir del reportero despedía humo. En efecto, y ahora sí sin pestañear, O. W. se había decidido a capotear la embestida del blanco más blanco en la faena, en la mente y en la hoja, con una pieza del siguiente calibre:

“Al parecer una o varias personas —se ignora si hombres o mujeres, si de ambos géneros, si cuántos del uno y cuántos del otro, si jóvenes y/o adultos, si en episodios aislados o no— fueron o habrían sido detenidas en las primeras o en las últimas horas en algún lugar de Bogotá o en sus alrededores. Los presuntos móviles, así como el paradero del posible o de los posibles implicados, también se desconocen o se desconocerían”.

“La versión —si existe y si tiene carácter oficial o extraoficial, es asunto que al cierre de la presente edición El Tiempo no había confirmado ni descartado de manera parcial ni definitiva— fue o podría haber sido propalada por alguien que prefiere, prefirió, probablemente haya preferido o que preferiría salvaguardar su identidad contra potenciales represalias por parte del posible o de los posibles involucrados en la real o en la presunta acción de las autoridades”.

“Las probables circunstancias en que ocurrió o en las que hubiera podido haber ocurrido la presunta privación de la libertad de una o de varias personas, también es o podría ser que fuera materia por investigar, siempre y cuando, obviamente, se den o llegaren a darse los indicios para poder emprender la pertinente averiguación judicial, si de veras ésta se lleva o pudiese llevarse a efecto”.

“Por lo pronto, y ante la imprecisión y la ambigüedad del caso y en medio de la cierta o de la aparente inconsistencia sobre el verdadero o el presunto origen de esta real o virtual especie, hasta avanzada la noche había sido verdaderamente infructuoso entrar en generalidades al respecto y mucho más —¡o mucho menos!— en sus pormenores, por lo cual el episodio —en el caso de haya o de que pudiera haber ocurrido— de todas formas, y como es o como sería de esperarse, está o estaría de antemano ante la inminencia de permanecer sumido en el más completo misterio”.

“Como se presume o como acaso llegue a presumirse, de resultar cierto que en algún momento alguna una voz, al parecer anónima, dio o habría podido dar cuenta a alguien —se desconoce o se desconocería cómo, por qué, a quién, si hombre o si mujer, adónde y a qué horas— sobre alguna o algunas detenciones, entonces, es o sería de suponer que debe o que debería haber habido —como al menos sobre el papel lo ordena la ley— alguna causa que amerite o que pudiera ameritar la posible acción de las autoridades para disponer sobre la privación de la libertad de quien o de quienes resultaron, resultaren o hubieran podido resultar involucrados —justa, injusta, legal o ilegalmente— es o puede llegar a ser algo que también está o que podría estar por establecerse y que por principio este diario no entra a calificar— en el real o en el supuesto episodio, cuya consumación fue o pudiera haber sido divulgada mediante la especie difundida o talvez difundida”.

“De paso, aquí no sobra o no sobraría tener en cuenta —pues en cierta manera así también puede o pudiera colegirse— que se viole, que se haya violado o que pudiera llegar a estar violándose de manera leve o flagrante el principio universal que contempla el respeto al debido proceso consagrado en el Estado de Derecho: Por ejemplo, que hubo o que hubiese podido haber una o varias detenciones arbitrarias”.

“Sin embargo, en este estricto sentido —es decir, sobre si hubo o no la adecuada interpretación de la Ley, así como el correcto procedimiento de las autoridades para arrestar a la persona o a las personas presuntamente involucradas— tampoco este rotativo pudo establecer absolutamente nada sobre los posibles méritos jurídicos por los cuales dicho o dichos ciudadanos fueron o pudieran llegar a ser sometidos al rigor legal”.

“De todas formas, así como no puede o como no podría descartarse de plano ni de soslayo que se trate o que llegare a tratarse de un simple y llano rumor, tampoco puede, podría o no pudiera aseverarse con mayor o con menor certeza que las versiones cierta o presuntamente difundidas tengan o llegaran a tener realmente un origen fundado y comprobable en hechos de verdad consumados”.

“También existe o pudiera llegar a existir la potencial hipótesis en el sentido de que la captura o las capturas recayeron o puedan haber recaído sobre persona o personas hasta ahora no identificadas. De lo contrario —como es o como sería de imaginar en eventos de naturaleza afín— posiblemente el asunto y su probable o sus probables protagonistas quizá ya hubieran trascendido al natural interés de los medios de comunicación. Sin desconocerse que hay o que pueda haber las excepciones al caso, al menos estadísticamente en Colombia un hecho así —en el claroscuro de la cotidianidad noticiosa— viene, vendría o pudiera ser que viniera a ser relativamente poco novedoso: ¡Casos se han dado!”.

“Suele ocurrir que personajes con un mayor o con un menor rol protagónico en la vida pública —aunque también otros con poca o ninguna preeminencia— llegan a resultar involucrados —desde luego es cuestión que no puede ni debe generalizarse— en problemas con la Justicia y, por razones de la buena imagen y del buen nombre al que tienen derecho, a veces consiguen de las autoridades y hasta de allegados suyos dentro de la misma prensa, que sus casos se mantengan al margen de cualquier protagonismo noticioso, incluso por insignificante que parezca”.

“Ahora, sobre la clase de delito en que incurrieron o en que pudieran haber incurrido el presunto o los presuntos individuos para, segura o probablemente, caer o para haber caído en poder de las autoridades —por supuesto, si en verdad cayó o cayeron— este es, sería o podría llegar a ser otro aspecto por dilucidar a corto, mediano o largo plazo”.

“De hecho, por ley de probabilidades, esas son, serían o podrían serlo entonces, y de manera indefectible, las correspondientes instancias de modo, tiempo y lugar para poder emprender el desarrollo de un proceso investigativo. En otras palabras, aquellos son o pudiera ser que fueran los plazos prudentes para poder ahondar sobre el tema, y al cabo de los cuales sí —cosa tan relativa como circunstancial y aleatoria—poder entonces entrar a referirse con los suficientes o con los pocos elementos de juicio que hay, que habría o que pudiera haber sobre tan complejo particular”.

“Desde luego, para ello es, sería o pudiera resultar que sea tan indispensable como imperativo no sólo investigar a fondo la cuestión —tarea que natural y principalmente compete a las respectivas autoridades— sino tener que aguardar el curso de las próximas horas o de los próximos días, y por qué no, el devenir de semanas o de meses”.

“Es así como en los eventos más extremos —experiencias hay de sobra en los anales de la Justicia colombiana— inclusive hasta puede o podría ser preciso tener que esperar durante años si la presunta situación así lo impone, lo impusiera o lo demandara. Por cierto, y como los hay tantos, en este último caso el aparente o el presunto hecho puede o podría —por qué no— estar bordeando la frontera con la impunidad”.

“Otro ítem de vital importancia que la investigación —si de veras ésta se efectúa o si pudiera llegar a llevarse a cabo— debe, deberá o debería hacer, es sacar en limpio —siempre dentro de la probabilidad de que todo esto tenga o que pudiera tener algún asidero, y que las autoridades así lo consideren o que así lleguen a considerarlo— las posibles circunstancias en que ocurrieron o en que hubieran podido haber ocurrido los ciertos o los presuntos acontecimientos”.

“Así, queda o talvez quedaría por establecerse si los reales o supuestos eventos acaecieron o pudieran haber acaecido en posible flagrancia, si a lo mejor se trata o si pudiera tratarse de un exhaustivo seguimiento hecho a las probables actividades del presunto o de los presuntos responsables de algún posible acto doloso, si fue o si llegara a ser por una aparente delación, si más bien ocurrió o si hubiera podido ocurrir por una entrega voluntaria a la Justicia o —como también suele suceder— si se trató, se trataría o si pudiera tratarse, quizá, de un evento fortuito o de un malentendido que a la postre pudo o que pudiera haberles costado la libertad a dicha o a dichas personas, y de paso —algo también bastante factible, pero no del todo seguro— permitirles a las autoridades, real o supuestamente, cobrarlo o estar dispuestas a hacerlo valer como legítimo o como aparente éxito de su auténtico deber constitucional como tales”.

“Por otra parte, resulta o pudiera ser que resultara total o parcialmente cierto o incierto el que la real o la presunta acción de las autoridades contra una o contra más personas estuvo o pudiera ser que hubiere estado a cargo de alguna en especial o de varias agencias del Estado relacionadas con la seguridad y con la lucha contra el delito, que trabajan o que pudieran llegar a trabajar cada una por su lado”.

“Entonces, aquí se trata o pudiera llegar a tratarse de una simple coincidencia, lo cual, según se le mire o llegara a mirársele, es o pudiera ser que fuera poco o nada relevante. Además, hay o habría que establecer si se trató o si pudiera tratarse de dos o de más de las instituciones especializadas —la cifra también es o pudiera ser toda una incógnita— que operan, que operaron, que operarían o que pudieran llegar a operar de manera coordinada y conjunta, precisamente para potenciar el alcance de sus objetivos”.

“Así mismo, otro de los muchos interrogantes al respecto está, estaría o pudiera llegar a estar relacionado con la identidad del organismo o de los respectivos organismos que cierta o que probablemente fueron o que pudieran haber sido asignados al supuesto caso de la cierta o de la posible detención”.

“Ahora, otra pregunta es o pudiera ser la siguiente: ¿Cómo operaron, cómo habrían podido operar, cómo operarían o, simple y llanamente, cómo habrían hecho o podido hacer para poder operar —y aquí puede, pudiera o podría haber sido que fueran varias las que operaron— las entidades del Estado que llevaron o que hubieren podido haber llevado a cabo la presunta o las presuntas capturas? Tal cual están, estarían o pudiesen llegar a estar planteadas las cosas, esto, obviamente, también está, estaría o pudiera ser que estuviera por confirmarse aún entre las autoridades”.

“Al menos al cierre de la presente edición, en medio de este real o figurado laberinto, también puede o pudiera haber ocurrido —lo cual es o podría ser otra de las múltiples teorías que no está o que no estaría de más considerar, y que bien puede o podría enunciarse dentro del propósito de vislumbrar cualquier luz sobre el particular—, que algún vecino o vecinos en el Distrito Especial o en sus contornos, escuchó o escucharon, hubiese o hubiesen escuchado o creído haber escuchado, ya de primera mano, ya por terceras personas o simplemente de manera vaga y remota, sobre la presunta probabilidad de un posible rumor atinente al eventual o al hipotético caso de uno o de varios ciudadanos que fueron, que serían o que bien pueda que en las próximas horas sean puestos a órdenes de las autoridades en cualquier sitio de la Capital de la República o de la mismísima Sabana de Bogotá”.

“Es así como tan amplia circunscripción supone o bien pudiera hacer suponer la existencia de un radio aproximado de unos 5.000 kilómetros cuadrados, que es el área aproximada del Distrito Especial. Con este dato se tiene o se tendría al menos alguna pista: Y es, nada más ni nada menos, que el perímetro dentro del cual ocurrieron o pudieron haber ocurrido los hechos. Empero, a este propósito, no sobra o no debería sobrar recordar que, aparte de los linderos con el Departamento de Cundinamarca, el Distrito Especial tiene fronteras con los del Huila y del Meta, lo cual, al mismo tiempo, aumenta o podría ser que pudiera aumentar la magnitud de la investigación y del enigma”.

“Por lo pronto, dicha cifra parece o parecería ser no sólo el único dato no tan incierto. Sea como fuera, de todas formas la importancia, mucha, poca o ninguna de este dato, obviamente tiene o tendría que ser evaluada por los expertos, o, en su defecto, descartada, puesto que —al menos a simple vista— no parece o no parecería ser mucho lo que aporta o lo que pudiera llegar a aportar para —quizá— poder emprender una probable investigación, desde luego y por si acaso —nunca se sabe— en el entendido de que verdaderamente haya méritos o de que en un futuro los pueda haber para abrirla”.

“Así mismo, y esto que sigue obviamente apenas puede o podría ser parte de las múltiples e inexorablemente virtuales presunciones que se tejen o que pudieran llegar a estar tejiéndose al respecto: Es decir, puede o podría tratarse de un hecho en verdad real, pero acaso de menor relevancia en eventuales términos jurídicos y noticiosos. En consecuencia, el asunto resulta o podría llegar a ser que resultara poco o nada digno de ningún menester legal, y por ende de ningún propósito periodístico”.

“Por lo tanto, puede o pudiera ser que se trate o que se tratara de un evento que por aparentemente insignificante a lo mejor no merece, no mereció, no merezca o no llegare a merecer la atención de las autoridades. Talvez sólo así se explica o pudiera explicarse por qué el rumor —si lo hubo— sobre la real o la supuesta detención o detenciones, no trascendió o no tendría por qué llegar a trascender a ninguna comisaría, ni a ninguna estación de Policía, y en esa medida tampoco a los medios de comunicación. Sencillamente, porque talvez no hubo o no habría habido ningún episodio doloso y, por simple lógica, ningún motivo ni razón para que hubiera uno o varios detenidos. Aún así, la gran pregunta sobre el particular sigue o podría seguir planteada ”.

“No obstante, también pudo, puede o pudiera ser que se tratase del caso de que uno o que varios ciudadanos hayan sido víctimas de alguien motivado quizá por alguna posible retaliación, de pronto por un equívoco, talvez por simple casualidad, posiblemente por un aparente apresuramiento o ya por el solo prurito de algún denunciante o denunciantes, de querer colaborar con las autoridades en materia de seguridad ciudadana en estos tiempos de incertidumbre y dificultad”.

“Tampoco puede o pudiera llegar a descartarse que el presunto o que los presuntos denunciantes —si todavía los hay o si los hubiera habido y de pronto se hayan retractado— pudiera o pudieran haber estado virtualmente a punto de acusar de algo que en realidad nunca se cometió o, simplemente, de algo que en Ley ni en norma local ninguna está, estaría o pudiera estar contemplado, ni siquiera como contravención mínima. En otras palabras: De algo que a lo mejor no está —o que a lo mejor sí está— tipificado dentro del ordenamiento legal y que, por lo tanto, carece o pudiera llegar a carecer de algún carácter verdaderamente punitivo”.

“Sin embargo, a veces —no siempre, desde luego, y en esto EL TIEMPO prefiere ser lo más cauteloso y riguroso posible o, incluso, abstenerse de informar para no incurrir en juicios a priori— hasta puede haber ciertas y determinadas o simplemente algunas normas elementales que muchas o que unas cuantas autoridades ignoran o pudieran llegar a ignorar a la hora de actuar o de considerar que deben proceder”.

“Para entenderlo mejor: Hay, o puede ser que las haya, autoridades que actúan o que a veces pueden llegar a actuar sin contemplar —ocasional, periódica, regular, habitual o incidentalmente— las consecuencias penales o disciplinarias que una acción irregular suya acarrea o puede llegar a acarrear en su contra. Ejemplo: Por detener arbitrariamente alguien —mas no apenas por estar dispuestas quizá a hacerlo, ni tan sólo por estar escasamente a punto de comenzar siquiera a pensarlo— y sobre todo si se comprueba que actúan bajo leve presunción de un supuesto intento de aparente, potencial o ficticia sospecha —y peor todavía si lo hacen influidas por un remoto amago de lejano rumor nunca manifiesto ni mucho menos jamás probado— o ya si actúan en tercer grado de incierta, teórica o de ninguna presunción, sin importar, en muchos casos —no necesariamente en todos— sobre cuál pueda llegar a ser tentativamente la posible, relativa, eventual o hipotética razón de la virtual sospecha en duda, dentro de la probable, presunta o latente perspectiva de que a lo mejor no haya claros motivos para de pronto poder llegar a no dudar en comenzar a pensar sobre cómo poder llegar a proceder sin vacilar”.

“En fin, dado que un verbo es presumir —porque, aunque no se crea, la presunción tiene sus connotaciones éticas y jurídicas— y otro es afirmar —lo cual, de algún modo semántico, también supone negar, independientemente de si se trata de atestiguar, acusar, comprometer, defender, etc.— sea ésta la oportunidad para que EL TIEMPO se abstenga de entrar en detalles sobre el particular que nos ocupa en estas líneas, y reafirme su compromiso con la verdad, con la opinión pública y con la Democracia”.

“Por las razones anteriormente expuestas y por otras muchas innumerables consideraciones que pudieran hacer tan obvias como fatigantes estas líneas, de todas maneras sobre el presunto hecho que ahora nos ocupa, sólo queda, con toda seguridad —porque sin duda eso es lo único cierto del asunto— una conclusión periodísticamente poco o nada ortodoxa, pero humana y coyunturalmente explicable ante la situación que hoy nos mantiene en vilo periodístico: Y es así como, aún a riesgo de que a muchos les parezca insólita, nuestra deducción consiste — irremediablemente— en que lo más seguro es que quién sabe”.

“Enunciado este dilema, y a la luz de la fe —que en esencia es creer en lo que no vemos y que es todo cuanto finalmente en estas circunstancias nos queda por invocar— sólo cabe decir que, aquí y ahora, es Dios en su omnisciencia el depositario de la verdad exclusiva acerca de lo que pudo o no haber ocurrido realmente importante o intrascendente en las últimas horas en Bogotá y/o sus alrededores, por lo menos en materia judicial”.

Exhausto, aquí O. W. dio por terminada su prolija faena sobre el teclado. Al levantar la vista y enfrentarse a la soledad de aquella horrible noche —lo cual atmosféricamente era en cierta forma como una vivencia en un escenario dispuesto por Alfred Hitchcock— advirtió en la Sala de Redacción un abandono fantasmagórico, sobrecogedor, intimidante.

Por simple reflejo, consultó luego el reloj de la pared contigua a su escritorio, y aún con mayor desconcierto halló con que se trataba de las 11:58 p.m. Entonces, y como si se tratara de un mecanismo automático, los efectos de la resaca se dispararon hasta una especie de punto de ebullición.

Sin embargo, y como por arte de magia, en cuestión de segundos aquella tempestad que se abatía sobre los sentidos amainó hasta brindarle la sensación de una brizna celestial, una suerte de éxtasis, cuando a un costado de la máquina de escribir O. W. descubrió el prodigio de tan intenso teclear: Su enceguecido y maratónico esfuerzo había superado con creces el tope de las tres cuartillas indispensables para resolver el déficit de un cuarto de página en la Sección Judicial.

Con el minúsculo remanente de energías para poder reincorporase, pero valido de su inclaudicable aliento reporteril, O. W. se dispuso por fin a abandonar su módulo de trabajo, donde a lo lejos el piso tapizado por infinidad de bolitas de papel guardaba la apariencia de un alud blanco que le cubría hasta el peroné.

Con aires de misión cumplida, pero sobre todo urgido por la necesidad de enmendar su decaída reputación laboral de las últimas semanas, camino de la Sección de Armada —un piso abajo— a paso de gamo O. W. sorteó orondo pasillos, puertas y escaleras y desafió los fantasmas propios de la resaca y de hora tan avanzada, para hacer entrega de la noticia que la situación reclamaba para ser puesta en marcha la rotativa.

—¡Vea, hermano!, exigió O. W. con vehemencia y la respiración agitada, y además sin ocultar ese desdén que se gastan ciertos candidatos a la revancha cuando la dan por alcanzada. Su interlocutor era el Jefe de Armada que regresaba del locker, ya despojado de su bata azul de trabajo, con cara del deber terminado y con un peine rojo en la mano derecha. “¡Aquí tiene su pinche material!”, espetó el periodista. “¡Ahora sí, pongan a andar esa cosa!”, demandó luego.
—¿Y es que acaso usted no oye ese ruido?, replicó impávido el funcionario de la Armada, que al momento se dirigía al baño de la sección a efectos de la consabida peinada final y de la última micción del día.
—¿Y eso qué tiene que ver?, objetó O. W., a punto de una ráfaga de histeria.
—¡Pero, viejo, tántos años trabajando en El Tiempo!, y usted ¿todavía no reconoce el ruido que produce la rotativa en marcha?

En efecto, el coloso de la impresión del periódico andaba ya por los últimos ejemplares. Y ello, gracias a la oportuna decisión técnica que había ordenado suprimir una de las páginas de la edición para poder agilizar el proceso del tiraje. Por obvias razones, el descarte recayó sobre la tarda y por aquellos días famélica Sección Judicial.

De cualquier manera, el dramático esfuerzo de O. W. no quedó del todo relegado al ostracismo. Esa misma noche, un sigiloso testigo de aquel episodio rescató de la papelera el texto y lo fijó en el “Muro de la Infamia”, como se conocía a la cartelera de la Sala de Redacción. Por un buen tiempo, aquella fue una evidencia concluyente sobre la confrontación desigual de un reportero contra dos de sus más enconados adversarios, pero sobre todo cuando éstos se funden en una de las mezclas más letales para el oficio: la hoja en blanco y el guayabo en negro.

Con su juego de palabras, allí quedó la moraleja periodística, que para los ocasionales visitantes detenidos ante la cartelera podría tener la misma ambigüedad etérea con la que O. W. pretendió sobreponerse a las vicisitudes de aquella jornada. Escrito con el desparpajo de un grafiti, el título acomodado a aquel texto inédito estaba plasmado en grandes caracteres: “Gajes de un Reportero: Entre más blanco, más negro...”.

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