miércoles, 19 de diciembre de 2007

La pasarela de 14.700 kmts.

“¡Ultimo llamado para abordar el vuelo..., destino Bogotá. ¡Pasajeros, favor pasar a la sala de espera número cuatro!”. Son las 6:35 a.m.

Por causa del pequeño avispero de parientes y amigos llorosos y efusivos que la abruman de consejos, augurios y bendiciones, Andrea Viviana B... es la última de los ochenta pasajeros en responder al perentorio requerido del altoparlante en el aeropuerto de Pereira.

Dieciocho años por cumplir, un grado bachiller embolatado, un reciente desengaño amoroso, la inclaudicable ilusión de su familia pobre —recalar sobre lo numerosa sería casi una redundancia— en Dosquebradas, Risaralda, apenas dos mudas de ropa, pero en cambio perfectos 90-60-90 dignos de oportunidad y un sueño no soñado veinte días atrás, constituyen a su manera el menaje al abordar el primer y definitivo vuelo de su vida.

Veinte minutos después, al arribo a Bogotá descubrirá en una pancarta su nombre escrito en caracteres sobresalientes, como alguna vez pudiera aparecer en Vogue o Cosmopolitan. Por ahora, en la sala de desembarque, un hombre abultado, enigmático y de modos ramplones —¿son tan fidedignos los libretos policíacos o tan cinematográfica la realidad?— tipo 30 años, sostiene en alto la cartulina que servirá de guía a la joven para ser embarcada en la conexión a Los Ángeles, rigurosa escala hacia Tokio.

En la convicción de triunfo de la beldad ya no hay espejo retrovisor que valga. Enfundada en una vaporosa blusa blanca descotada cuya pequeñez hace propaganda al ombligo, más unos jeans colocados como a punta de masajes con mantequilla y en sandalias, de castaños cabellos al viento, félidos ojos verdes y piel canela, sus 1.78 se bambolean con donosura de palmera por entre la multitud. Aún sin haber pisado una academia de gimnasia rítmica, sus fluctuaciones musculares casi producen música y destellos sobre esa pasarela virtual cuyos más de catorce mil kilómetros comienzan en el Eje Cafetero y terminan en la Capital del Sol Naciente. Con todo lo extenuante y desconocida, la travesía ofrece, al fin y al cabo, alcanzar el pináculo de las top models europeas y norteamericanas.

Ancho y ajeno el mundo de un aeropuerto internacional, es prácticamente imposible descubrir en Andrea Viviana B... un dígito más en la estadística anual de las por lo menos tres mil colombianas que abandonan el país seducidas por el espejismo de un estrellato en el modelaje internacional.

No falta, sin embargo, la fundada suspicacia del empleado de la aerolínea al reseñar que destinos como el de Andrea Viviana B... están conminados por las redes de prostitución, de las que Colombia es importante centro de operaciones, dada la suma de los factores idóneos para el auge de este tráfico: Entre otros, la venalidad de las autoridades, invariablemente la coyuntura económica y social, la belleza de sus mujeres y la espiral de esa cultura del éxito a toda costa, que no reconoce parámetros ni fronteras.

“¡Ni porque llevaran una escarapela que las identifique!”, dice otra fuente. “Es evidente cuándo muchachas como éstas no viajan en plan de turismo ni de estudios: Son jóvenes y bonitas, van solas y a menudo se les ve nerviosas”. Las elegidas suelen llevar apenas un equipaje de mano, sus destinos son Europa, Oriente o las Antillas, y según el pasaporte, generalmente recién expedido, en su mayoría provienen del Valle o del Gran Caldas.

Detectados algunos signos claves, “tampoco podemos hacer nada”, explica un funcionario de seguridad del terminal aéreo: “Ante la ley, su documentación está en regla. Además, ¿quién nos garantiza que abortar un caso de éstos no puede costarnos la vida?”.

“Para colmo”, diagnostica un sociólogo despojado de cierto rigor académico, “en una sociedad y época cada vez más proclives al culto de la imagen y a la urgencia de triunfo, a riesgo de ofender casi podría decirse que colombiana linda y ufana de sus dotes, de 15 a 25, sin aspiraciones a modelo, reina o actriz, es boliviana”.

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