miércoles, 19 de diciembre de 2007

El último eclipse de un astrónomo


Cuando para el resto de habitantes ya caen las últimas sombras, a la manera de Juan Felipe Ospina De la Concha apenas despuntan las primeras luces del cenit. Dentro de esa tónica, buena cuenta de sus 48 años ha transcurrido dentro de una especie de safari por el cielo nocturno.

Nada de novedoso habría en ello de no ser porque hoy este cazador de enjambres de estrellas, meteoritos, quásares y de incontables fenómenos y protagonistas espaciales, percibe cercano el eclipse que podrá escapar al alcance de sus catalejos, telescopios y de otros métodos para sondear la bóveda celeste: El eclipse de su propia tragedia, originada, según el oftalmólogo, en la costumbre de observar directamente el Sol, consecuencia que Ospina define con un pálpito algo paradójico: “Ya casi me veo ciego”.

Treinta y cinco años antes de que la Alcaldía Mayor adoptara como parte de una campaña institucional para Bogotá la poética prerrogativa turística de los 2.600 metros más cerca de las estrellas, entrar en esa órbita desde la terraza del piso 18 del edificio Galaxia —casualidad de nombre digna de Ripley— en el tradicional sector de La Salle, al noreste, fue su elección de vida como individuo, como astrónomo y en general como estudioso del Universo.

Hoy esa especie de museo donde confluyen Historia y Ciencia, y que ocupa todo su entorno privado, está a punto de desaparecer para tratar de financiar los elevados costos de la cirugía que pueda salvarle la visión, y eso si en estos tiempos del peor cataclismo económico del siglo colombiano su adversidad encuentra postores. “No obstante el preciado don de la vista” —dice— “de todas maneras estoy ante una gran disyuntiva: Si la operación se llevara a cabo, lo sería a expensas de cuanto han logrado varias generaciones dentro o cerca de la familia: Esta galería de objetos de intangible valor histórico, científico y afectivo, que son mi manera y mi razón de vida, y de los cuales inevitablemente tendría que desprenderme para poder costear la cirugía”.

Bajo esta única óptica, y no es un juego de palabras, su sentido vital está en la investigación y en la contemplación del Universo. “¿Ya lo vio? ¡Ese es Saturno!”. Con la excitación que produce un gran descubrimiento, y a pesar de su menguada visualidad, Juan Felipe Ospina localiza el segundo mayor planeta de forma casi tan expedita y tan diáfana como puede observarse el cercano sobrevuelo de un avión en pleno mediodía azul.

Sin aires eruditos, por el contrario, siempre con intenciones didácticas propias de su espíritu de compartir sobre los avatares del cielo, acerca de Saturno —por decir Saturno— Ospina ofrece un denso catálogo de nociones y emociones. Grosso modo, sobre este planeta afirma sin parpadeos: “Ante todo, este es un gigante de gas. Su velocidad orbital alcanza los 9,6 kilómetros y el período de rotación es de 10,23 horas. Su diámetro ecuatorial es de 120.536 kilómetros. Su masa está tan distendida, que el planeta en general es más denso que el agua. Con relación a la Tierra, su masa es de 95 y su gravedad de 0,93...”.

Según su experiencia cósmica, los astros no entrañan una idea simple o literalmente planetaria. Ospina también ha explorado las dimensiones que hace tres mil años iniciaron en la astrología a los asirios, babilonios y caldeos, empeñados desde entonces en tratar de demostrar que en las oscilaciones del firmamento es posible proyectar como en un gran espejo no sólo el modo de vida sino el devenir de los hombres.

“Así, el dios Saturno —equivalente romano del titán Cronos de la mitología griega— es la personificación del tiempo. El anillo que ostenta simboliza la eternidad, y en una carta astral puede evocar la idea de defensa y precaución”, sostiene Ospina, rodeado, casi inmerso, de infinidad de mapas, planos, coordenadas, textos alusivos, fotos, grabados, documentales y otras fuentes de referencia que a golpe de vista parecen tan inconmensurables como el vacío de las alturas en la oscuridad.

Si la atmósfera que allí se respira pudiera someterse a una lupa todavía no inventada, talvez podrían verse a flote las más complejas fórmulas químicas, físicas, teoremas, axiomas, logaritmos, suertes diversas de la Ciencia, la Política, la Filosofía, etc., y con ellos los fantasmas de los mayores genios, de la A a la Z: Desde Arquímedes, el matemático e inventor griego (287-212 A.C.) que descubrió precisamente por qué y cómo flotan las cosas, hasta Vladimir Zworykin (1889-1982), cuya obsesión por la posibilidad de la televisión le dio a este científico ruso la paternidad del iconoscopio, componente esencial de la cámara electrónica de TV.

La devoción por las estrellas la debe principalmente a la seducción que le produjeron sus primeras lecturas y a los relatos marineros de ciertos ancestros. Unos fueron incansables viajeros por el mundo, otros estuvieron en la diplomacia o participaron en alguna guerra extranjera durante la primera mitad del Siglo XX, y en común tenían tendencias culturales o científicas por explorar. Aunque sin la suerte de haber transitado tánta geografía ni experimentado en igual intensidad tánta Historia, Ospina se cree signado a continuar la aventura de desentrañar los por qué del Universo. Son cosas de la sangre, a pesar de que este es inexorablemente el último heredero de aquella tradición. Su única opción de paternidad se había malogrado ya en un desavenido matrimonio cuya vigencia alcanzó apenas los cinco meses.

“¡Este es un sextante!”, remarca con orgullo de pionero y con importancia de anticuario, acerca de aquel aparato de formas ininteligibles para un lego y el cual predomina en el centro de la sala-museo-laboratorio-estudio de su apartamento en el piso 18. “Reemplazó al octante, obra de Thomas Godfrey y John Hadley en 1731”, dice, “y gracias a él los navegantes podían establecer su latitud en el océano. La gran ventaja del sextante reside en que además mide la latitud”. Por supuesto, mejor que entrar en detalles sobre tan vital instrumento es conocerlo al tacto para entender por qué la graduación del limbo o arco, cómo funciona el marcador de lectura, cuál es el sentido de los octantes que miden el ángulo entre el horizonte o el Sol, la Luna o las estrellas, o cómo el detector envía y capta ondas de radio.

Las paredes de aquel inmueble constituyen una nutrida exposición de relojes de leyenda, brújulas anónimas, además de una colección de termómetros y de varias decenas de extraños equipos de cálculo, medición, señalización, así como de artilugios para fines similares. Anemómetros, barómetros, un psicómetro —para medir la humedad—, un telefonógrafo —versión mejorada del primer grabador magnético de voz inventado por Valdemar Poulsen en 1898—, una irrepetible máquina de escribir con teclado Qwerty (1873), una exclusiva cámara fotográfica de placas de cristal (1851), radios, gramófonos, un vasto surtido de campanas, lentes, antenas, lámparas, un rifle de la batalla de Wounded Knee —última masacre de indios de América del Norte, 1890—, el autógrafo de Enrico Carusso y toda una gama de otras rarezas de incalculable valía que junto con piezas de computador, de crucero, de avión y hasta de satélite, más un tesoro de biblioteca y otro fonográfico pertenecen también a su extravagante patrimonio.

En cambio, aquí y ahora no sería prudente mencionar hitos científicos tan importantes como los de Joseph Swan y de Tomás Alva Edison, padres de la bombilla eléctrica (1880); de Hoover, que en 1908 fabricó la aspiradora; de Kelvinator, que hacia 1922 patentó la nevera, o de Alejandro Graham Bell, inventor del teléfono en 1876. Privilegios elementales como éstos vienen a cuento apenas cuando Ospina De la Concha —uno de los millones de desempleados colombianos— reordena, dispersas como la hojarasca, insistentes facturas de cobro de los servicios que las empresas públicas le cortaron hace ya un año, y que pronto tendrán carácter de cobro judicial. Como lo erudito no quita lo creyente, Ospina afirma que su más reciente desafío ha comenzado. Consiste en tratar de armonizar dos de las dimensiones más insondables a través del Hombre: “La del cielo que aún veo y la del Cielo que me ve”.

No hay comentarios: