miércoles, 19 de diciembre de 2007

No es soplar y hacer botellas

Como Sísifo, condenado en los Infiernos a empujar hasta la cima de la montaña una roca que inevitablemente retornará a su punto de origen, Catalina R..., de seis años, impulsa el astillado carromato —que en su caso viene de la montaña— camino de la gran ciudad, donde vende al menudeo una escasa mercancía de pacotilla.

Nunca censados, imposible, Catalina R... se cuenta entre ese millón largo de sísifos que son los niños trabajadores de Colombia, a propósito de quienes la Unión Europea prepara el ultimátum al Gobierno y al resto de países andinos para que afronten radicalmente el problema de la creciente fuerza laboral infantil, so pena de suspenderles las preferencias arancelarias a sus exportaciones.

En tiempos de bonanza, Catalina R... ingresa el equivalente a unos quince dólares mensuales al presupuesto del hogar, contra 1.829 millones de dólares que sumaron las exportaciones colombianas a la UE en 1997, y cuya cuantía e importancia para la economía nacional desbordan toda consideración sobre las potencialidades de este mercado, que constituye el 64 por ciento de su facturación.

No obstante su trascendencia, el tema permanece restringido a la élite de la información económica. Acaso prospere la posición europea y entonces los gobiernos comprometidos por lo menos anuncien estrategias. Pero, ¿quién apostaría a un mejor destino para Catalina R..., cuya contribución a la supervivencia familiar es, en sus proporciones, tanto o más determinante que la exoneración de 49 millones de dólares a las exportaciones a la UE?

También seguramente entre en vigor el monitoreo permanente de la Unión Europea al cumplimiento de sus exigencias. En cambio, no es seguro que por ello el perturbado sueño de esta niña se prolongue más allá de su despertador biológico —adelantado en una hora al canto del gallo— cuando emprende camino a la faena por el pan.

La niña reside en un paraje donde el ocre es el color de la vida, en cuanto allí se la ganan el padre y tres hijos menores al frente de la cantera San Martín, que aboca el límite de explotación. Localizada tecnológicamente cuarenta años atrás y medio kilómetro cuesta abajo, la otra fuente de empleo en el sector, una planta de vidrio donde laboraba la madre, acaba de ser objeto de un terrible sarcasmo: ¡Se quebró!

El pasado de la fábrica, el presente de la cantera y el difuso porvenir de Catalina R..., sintetizan que, en su magnánimo propósito, la Unión Europea ignora que poner un granito de arena a la economía no equivale propiamente a soplar y hacer botellas.

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